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Reflexiones de bebés anónimos

El intruso

Pongamos que me llamo Gabriel y que tengo 10 meses.

Mi madre y yo teníamos una relación fantástica?

¡Ay!, fijaos en que he empezado hablando en pasado. Acabo de nacer, como quien dice, y ya he aprendido a hablar de algo bueno que he perdido y que no sé si recuperaré. Empiezo de nuevo.

Mi madre y yo teníamos una relación fantástica, formábamos un dúo inseparable. Yo era parte de ella y ella era parte de mí. Y esa unión se fortalecía más aún en momentos cruciales, en los que la dicha alcanzaba su mayor altura. Uno de esos momentos era cuando me daba el pecho. Mientras succionaba aquel delicioso alimento, nuestras miradas mantenían la más intensa conversación que se pueda imaginar. ¡Cuánto nos hablábamos con los ojos! Era tal el nivel de nuestro diálogo que me agotaba de felicidad, quedándome siempre al final lleno de satisfacción y profundamente dormido.

Pero todo cambió cuando llegó él, el "acaparalotodo", ése del que ella estaba y está pendiente siempre. Desde el infortunado día en el que hizo su aparición, habla con él sin parar, sin hacerme apenas caso a mí.

Cuando el intruso nos invadió -porque se trata de una invasión total-, no me imaginé que aquella cosa tan pequeña podía producir un desapego tan grande de mi madre hacia mí, dado que ella y yo teníamos un vínculo tan fuerte que parecía irrompible. Así comencé a vivir una rara desazón, una rabia y una aversión incontenibles. Ya no quería ni comer, y lloraba con frecuencia.

Esta inapetencia mía hizo que mi madre redujera su trato con el invasor por algunos días y que me atendiera como al principio, pero en el momento en que volví a la normalidad, ella se enganchó de nuevo con aquel extraño. Sí, enganche es la palabra que mejor define esa obnubilación que mantiene con el abusón usurpador.

Lo peor de todo es que a él sí le cuenta lo que a mí me pasa. Le habla muchísimo de mí. Y eso es lo que más raro me parece. ¿Por qué le va a importar a él lo que siento yo?

Pero estoy seguro de que todo va a cambiar, de que va a ir a mejor, de que mi madre dejará de estar obcecada por tan perversa cosa.

Sí, dejará ese aborrecible artilugio al que llaman teléfono móvil y volveremos a recuperar nuestras intensas conversaciones con los ojos.

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