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Babayos go home

La pintada en un lateral de la iglesia de San Isidoro de Oviedo

Es curioso, en ocasiones para definir la categoría imperfecta de una persona nos estrujamos el cerebro buscando epítetos que lo retraten en condiciones. Uno tras otro, hasta yo mismo podría calificar al personaje en cuestión como canalla, granuja, animal, burro, bestia, zopenco, idiota, imbécil, tonto, majadero, gamberro, perillán, pelafustán, necio, bobo, zoquete..., alguno dirá que no tantos y les doy la razón; en lo que seguro todos ustedes están de acuerdo es en que, sin más, se trata de una pérdida de tiempo total cuando en asturiano disponemos de una palabra mágica para unificar todos estos insultos en uno: "Babayu".

No voy a entrar en discusiones vanas sobre si turismo sí o no. Seguro que hay lugares en los que, por su brutal masificación, tendrán que regularlo y poner límite al visitante de borrachera en chanclas. Sin duda es necesario hacerlo en zonas de Cataluña, Baleares y Levante, aunque no podemos olvidar que hasta hace bien poco se fomentaba y, lo peor de todo, se recibía con los brazos abiertos. Ya saben "de aquellos fangos estos lodos". Si bien debemos reconocer que gracias a las cifras de visitantes que nuestro país recibe los últimos años, desde Semana Santa hasta comienzos del otoño, las cifras de empleo crecen de forma sustancial.

Para apreciar en lo que vale tal aportación a las arcas de Estado y entes locales están los técnicos en economía; al igual que los sociólogos podrán explicarnos hasta qué punto este crecimiento estacional podrá influir en el tipo de vida y carácter de las personas que conviven con él. Quizás no mucho viendo el tipo de fiestas que seducen en nuestra anciana piel de toro, en las que no entra ni un alfiler más y para divertirse (¿?) se rocían con vino, tomates, corren delante de los toros en Pamplona, o les embolan los cuernos con alquitrán y les prenden fuego, o los toros a la mar, o descenso del Sella y similares. ¿O esto no hace daño a los habitantes de los lugares en que lo padecen?

No se vayan porque me fui por los cerros de Úbeda cuando lo que quería comentar era la "hazaña" de un babayu en la fachada lateral, calle Jesús, de la iglesia de San Isidoro de Oviedo. Y no por lo que dice, "TOURIST GO HOME", ya que, en la capital del Principado, por su escasez, nada molestan. Todo lo contrario, son muy bien recibidos por los ovetenses.

Lo que ocurre es que la pintada -en palabras de mi querido amigo Manuel Claverol- la han realizado sobre sillares que pertenecen a areniscas carbonatadas y/o calizas margosas de grano fino, con coloración parda y a veces pasa a pardo rojizo por alteración de los componentes de hierro (los bloques que están por debajo del grafiti).

Contienen pequeños fragmentos de conchas fósiles. Su edad es Cretácico.

El problema de pintar este tipo de rocas es que, dado su grado de porosidad, la "pintura" no queda sólo como una pátina superficial, sino que penetra una pequeña longitud en la roca por absorción. Ello complica las labores de limpieza.

Proceden de la cantera de La Granda, ubicada entre los barrios de San Lázaro y Los Arenales.

Claro que, en nuestro querido Oviedo, en cuestión de pintadas -sobremanera en El Antiguo- es muy difícil ser el primero. Por eso en el mismo lugar otros babayos de turno, con antelación, han pintado "ULTRAS DEL OVIEDO" y "NORTH VANDAL", acompañado de algo que parece una flecha con serpiente. No me llama la atención cuando ya, hace bastantes meses, decoraron el santuario prerrománico de San Miguel de Liño. ¿Saben cómo se soluciona esta historia? Muy fácil. Con sanciones ejemplares y trabajos para la comunidad a la vista de todos. Eso sí, después de haber borrado con la lengua sus pintadas.

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