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Catedrático de Secundaria y vocal de Langreanos en el Mundo

El geoteatro de Samuño y el discurso de la pesadumbre

La alocución de Javier Fernández en la Feria y una representación teatral en la escombrera La Muela

En el reciente discurso con el que el presidente del Principado inauguró la Feria de Muestras de Gijón se colaron algunas sorpresas, y no sé si fue la menor el intento de vertebrarlo con la exhumación de los restos de Dalí y la mención a uno de sus cuadros, "La persistencia de la memoria". Estas chispas ocurrentes, mezcladas con rachas de buena y jugosa escritura, invitaban a la comparación entre los cancelados tiempos de esplendor y decadencia industrial, guardados por la memoria del título daliniano, y los más rumbosos de la actualidad regional, o ese era el balance que aventuraba la parte más politiquera del discurso. Ha habido un cambio radical beneficioso, manifestaba Javier Fernández, al tiempo que ponía en sordina a la memoria para que no se dejase embaucar por el brillo de una edad de oro perdida. El cómo avanzar más allá de la "trabada pareja de desolación y pesimismo" de las décadas pretéritas fue pretensión manifestada y apenas esbozada en ese texto cercado por el protocolo inaugural.

Mientras el presidente se esforzaba por echarle un poco de sal a las palabras de su "Asturias y el discurso de la pesadumbre", unos cuantos kilómetros más al sur un grupo de jóvenes representaba una obra de teatro en el marco de una actividad veraniega auspiciada por el Ayuntamiento de Langreo. Lo insólito venía del lugar escogido: la escombrera denominada La Muela, situada en una ladera del valle del Samuño, en la cuenca minera del Nalón. Una escombrera que los ojos de quien esto escribe vieron crecer desde la ladera de enfrente en su negrura estéril hasta formar una colina con cima propia, bien diferenciada de las que el río Samuño delineó con paciencia geológica. La escombrera fue mucho más impaciente, alimentada por los camiones que subían y bajaban por sus bordes en las décadas de explotación del subsuelo hullero del valle. Décadas de horizonte dinerario cuya principal lacra visible era la destrucción del paisaje, si olvidamos, que es mucho olvidar, los desgarros de sus trabajadores. Bajo esa mano implacable se iba transformando el valle del Samuño, un ejemplo a escala reducida de lo que sucedía en cualquier rincón minero del Nalón y del Caudal.

Poco a poco, en una larga agonía, las minas de profundidad se cerraron, las nuevas de cielo abierto agotaron las laderas rebañadas y arrasadas, y todo incitaba a "la desolación y el pesimismo" que el discurso del presidente en la Feria de Muestras quería dejar atrás y sepultar su memoria con las cifras de la economía actual. No se avenía del todo con ese pasado evaporado y tachado en la propuesta presidencial el teatro que los jóvenes langreanos representaban al tiempo en La Muela, teatro de raíces, "geoteatro", según denominación propia que recogía LA NUEVA ESPAÑA. Bien es cierto que nuevos aires impulsaban su arte ilusionado, pero bajo sus pies sin duda sintieron las toneladas infames del pasado, recicladas con acierto como escenario abierto. Un cambio de orientación anticipado por el marco vegetal que cubría los suelos antaño oscuros: una plácida línea de abedules enmarcaba la pradera de la representación. Pues sucedió que la naturaleza, ajena a los ritmos y desmanes industriales, no cesó en su quehacer infinito, y encontró en el austero abedul el cómplice necesario para repoblar los suelos ácidos de la escombrera. Hoy sus dignos ejemplares se yerguen casi en soledad de monocultivo, frente a la variedad de especies vegetales de los rincones que conservaron su suelo. Y lo que no hizo el selecto repoblamiento natural lo consiguió la mano del hombre plantando manzanos en la escombrera de Pampiedra, o rellenando con líneas de kiwis la herida enorme de la mina a cielo abierto de La Matona. Así es ahora el valle del Samuño, restaurado en su hermosura de verdor y acogido al Paisaje protegido de las Cuencas Mineras.

En alianza también con su pasado otras fuentes de riqueza han llegado al valle: las encabeza el tren turístico que penetra en la mina de San Luis, la mina colocada con símil religioso en el centro del pueblo de La Nueva, con la belleza de su sala de máquinas como centro de la admiración. Y deben llegar propuestas y mejoras para las sendas verdes del Ecomuseo que permita su contemplación desde más arriba del cauce del río y el ferrocarril.

Al final, como no puede ser de otro modo, la posible recuperación de la economía, o mejor aún, del trabajo digno y el buen vivir, se nutre de los recursos del lugar y de la dedicación de sus gentes. La eficacia de sus gestores tendría que venir "de serie", como pregona la publicidad automovilística. Y el lugar incluye su historia y la energía que guarda su memoria, sin la tentación de la pesadumbre. Como esa escombrera de La Muela que, sin dejar de serlo, se ha transformado en un ágora teatral y en un retal artístico del intenso tapiz verde que ahora viste el valle del Samuño.

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