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De cabeza

Los tramoyistas

Sobre la importancia de Folch en el juego del Oviedo

¿Quién no se ha colgado hasta tal punto de la escena de una película que la ve repetidas veces hasta saberla de memoria? ¿Quién no se ha enganchado a una canción de tal manera que la escucha y la escucha hasta que se convierte en un tatuaje, en una neurona privilegiada del cerebro?

El segundo gol del Oviedo al Lugo es esa escena inolvidable, esa canción que no deja de sonar. Cualquier deseo sobre el destino del equipo pasará por el tamiz del gol de Javi Muñoz: un homenaje al juego colectivo; a la prevalecía del engranaje sobre el sudor. Antes, el partido ya se había encargado de que nada se desnaturalizase. Había pasado el Oviedo por Mallorca tras la tormenta contra el Zaragoza y ya algún ajedrecista impaciente había dado un manotazo al tablero para proclamar su disgusto. En mi caso, escuché de refilón malestar con jugadores que, como Folch y según la asamblea, estaban lentos y apáticos. Aunque esto parezca un chiste malo después del pase de gol que le dio a Joselu en el Anxo Carro.

Los puntos de vista y la percepción con que se ve un deporte como el fútbol darían para una tesis. El juego del centrocampista catalán, en un test de calificación serviría para alcanzar la nota mínima a obtener para seguir evaluando. Lo que se dijo de Busquets, el internacional del Barça, sirve para Folch: si ves el partido no ves a Busquets pero si te fijas sólo en él, ves todo el juego.

La sobrexposición y la inflación de imágenes son enemigas de la sutileza. Y hay sutilezas que son imprescindibles, poco tienen de lujo superfluo. Al fondo del escaparate iluminado siempre hay una trastienda y la melodía sin ritmo es una música parcial que no alcanza el tono necesario.

Hoy vemos el fútbol que nos entra por los ojos y olvidamos los aledaños. No valorar a jugadores como Ramón Folch guarda muchas similitudes con el pánico que la sociedad actual le tiene al silencio. No hace falta gritar para ser eficaz. Ni siquiera para ser un esteta.

Mientras Saúl Berjón sale al escenario a exhibir su repertorio, entre bambalinas nunca se hace de noche. El fútbol vive de sus tramoyistas, aunque sean las estrellas quienes acaparan la atención. En el claroscuro de un teatro se oye el sonido de las poleas, se intuyen cortinones, atrezos y luces. Hay realidades que no necesitan evidencias para que tengan lugar. Un viejo autor teatral definió a los tramoyistas como trabajadores de los sueños. El aficionado que ve todo de pasada y se empacha de obviedades no valora a los tramoyistas como Folch; a esos tipos discretos y cumplidores que manejan las tramoyas, los artilugios adecuados para cambiar decorados y producir efectos escénicos.

Cuando Berjón se calza unos guantes de lamé en las botas nos apresuramos a decir que juega a otra cosa y nos alegramos de que sea así. Es entonces cuando el solista debe dar las gracias al técnico de luces y al técnico de sonido. A todos los Folch de este mundo.

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