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Museos de la ignorancia

El poder incómodo de los libros, que enseñan a razonar, elegir y decidir

Con la fuerza de un terremoto y el estruendo de una mar arbolada reforzada por endemoniados altavoces, haciendo añicos cristales y persianas, penetraban por todos los rincones de la ciudad los alaridos grabados de aquel analfabeto con galones de general. La otrora serena y gran urbe se encontraba al borde de un ataque de nervios. ¡Último aviso! Proclamaba el megáfono al alto la lleva. El ejército escudriñará hasta el último rincón. Mandaré cortar la cabeza del que lo tenga entre sus manos. ¡Él es el enemigo número uno del pensamiento único y universal que implantaremos! De pronto, en la planta séptima del edificio beige, se abrió una ventana; una desgarrada voz pronunció, ¡libro va! Ideas inconclusas hicieron planear los renglones entre la bruma de bellos sueños desahuciados. El fin del mundo civilizado había llegado con la extinción del postrer vestigio literario.

Dicho esto, ¿para qué sirven los libros? Ni más ni menos que para exacerbar el ánimo de nuestros dirigentes a nivel mundial. No me extraña, pues escudriñando entre sus renglones puedes aprender a razonar, elegir y decidir. Entonces, siendo así? todo iría mejor. ¡Qué va, ni pensarlo! Ahora que a través de móviles y tablets están a punto de alienar y dominar la humanidad, los ciudadanos que se atreven a discurrir por su cuenta resultan incómodos para todo el espectro ideológico de gobierno. Si bien, esto podemos ampliarlo a todo el ámbito cultural.

A través de los siglos, guerras y religiones -en tantas ocasiones las segundas causantes de las primeras- fueron el primordial azote de la cultura, brutal hábito que perdura hasta nuestros días. Los invasores siempre consideraron paganos los templos que encontraban al paso y, como tal, los arrasaban y construían sobre sus ruinas los dedicados a sus dioses que, sin duda, eran los verdaderos? Muestra reciente, 2015, de tal barbarie fue el Museo de la Civilización de Mosul, en Irak, con la destrucción de esculturas procedente de la civilización asiria, datadas entre los siglos VIII y VII a. C.

Pero retornemos al mundo del libro, en este caso diremos el de los manuscritos. Con la destrucción de la gran Biblioteca de Alejandría, de la que cuentan que albergaba más de 700.000 pergaminos -no se sabe bien si tal barbaridad corrió a cargo de romanos o árabes, si fue obra de solo uno de ellos, si quemó todo el fondo de una vez, o fue incendiada por partes-, se perdió gran parte del conocimiento humano de aquella época. Los cruzados, en 1203, que fueron a salvar Constantinopla, una de las ciudades más ricas del mundo, terminaron arrasándola durante tres días de saqueo en los que ardieron sus bibliotecas. Los libros que se guardaban en la primera universidad de Granada, la Madraza, dieron luz y lumbre, una noche de los últimos días de 1499, a la plaza de Bib-Rambla.

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