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La Espuma De Las Horas

Las distintas técnicas del golpe de Estado

Malaparte analizó en un libro tan esclarecedor como oportuno las formas sibilinas de atentar o de tomar el poder desde las propias instituciones

Kurt Suckert (Prato, 1898-Roma, 1957) era, además de un brillante escritor, un observador agudo. Su seudónimo de Curzio Malaparte proviene del repaso histórico a la memoria de Napoleón, de quien llegó a decir: "Yo hubiera perdido Austerlitz y ganado Waterloo". Otros rasgos de lo distinguían: culto, cínico simpático, elegante, embustero, escritor colorista y ameno, exuberante y, como buen pratés, tacaño. Tuvo como modelos vitales a Byron y D'Anunzzio. Pero con eso no estaría dicho todo.

En su corta pero intensa vida no le faltó tiempo para situarse al lado de Mussolini y también de la revolución bolchevique, casi a la vez. Más tarde se arrepintió. De hecho, en su ensayo más famoso se propuso como objetivo demostrar, con ejemplos desde el 18 brumario de Napoleón hasta la marcha sobre Roma, cómo para combatir los intentos de destruir la libertad y la democracia era necesario conocer al detalle las técnicas modernas del golpe de Estado. Técnicas de golpe de Estado vio la luz por primera vez en 1931 y su publicación fue prohibida en Alemania, Italia, Grecia, España, Portugal, Austria, Polonia, Rumanía y otros países que sufrieron el oprobio de las dictaduras. La última versión española que conozco de él es de 2009 gracias a Backlist, la editorial de Planeta.

Según Malaparte, la historia política del período entre 1920 y 1930 no fue lo que comúnmente se pensaba. Para él, los sucesos en la escena política europea no dependieron de la aplicación del Tratado de Versalles o de las consecuencias económicas de la guerra que acaba de terminar, ni de la voluntad de los gobiernos europeos de mantener la paz reconquistada. Malaparte aseguraba que era el resultado de una lucha entre dos facciones. Por un lado, los defensores del principio de libertad y democracia (a favor del Estado parlamentario), por otro, el de sus enemigos, fascistas y comunistas, guiados por la idea del nacionalismo y la tiranía del proletariado. También, de la forma sibilina en que es posible tomar el poder dentro de un Estado: el ascenso de Mussolini y el inminente peligro hitleriano.

Sin embargo, no se trataba simplemente de una acusación explícita contra las dictaduras nacientes. Malaparte pretendió explicar, de manera fría y analítica, cómo, en el Estado moderno, la conquista del poder debe considerarse, sobre todo, una cuestión técnica. La oportuna razón de su libro, ahora que algunos ponen en duda la existencia del golpe de Estado sin armas, no entraña discutir programas políticos, sociales y económicos de aquellos que se han propuesto subvertir el orden establecido, sino mostrar que el problema de la conquista y de la defensa del Estado no es político y que "el arte de defenderlo está regulado por los mismos principios que regulan el arte de conquistarlo". Como ejemplos se valía de un elenco de figuras históricas, Napoleón, el general Pilsudski, los alemanes Kapp y Bauer, Trotsky y Stalin, Mussolini y Hitler, y de las reconstrucciones del 18 Brumario, de la crisis polaca de 1920, del declive de la República de Weimar, de la Revolución de Octubre, del advenimiento del fascismo y las ambiciones del futuro Führer. Malaparte lograba así desmitificar las revoluciones que estallaron en el viejo continente desde principios del siglo pasado.

Pleno conocimiento

Esas revoluciones no fueron como las presentó la propaganda oficial; sino golpes de Estado, con poca o ninguna participación popular, llevados a cabo simplemente por milicias entrenadas que habían ocupado "pacíficamente" los centros neurálgicos de las democracias liberales debilitadas por gobiernos ineptos. Malaparte tenía pleno conocimiento de los hechos. Había presenciado muchos de los acontecimientos relatados o, en cualquier caso, frecuentado posteriormente los teatros de las supuestas revoluciones. No sólo participó personalmente en la marcha de Roma de 1922, sino que estuvo en Polonia, España y Rusia. Se creó muchos enemigos entre los "catilinarios", para él fascistas y comunistas. Había "catilinarios" en todas partes. A la derecha estaban los idólatras del Estado nacional. A la izquierda, los partidarios del absolutismo estatal pretendían establecer la dictadura proletaria.

Malaparte quiso alentar a las democracias para combatir en su propio terreno a Lenin, Hitler y Mussolini. La democracia y el derecho eran seres frágiles que había que proteger de los enemigos. El golpe de Estado ya no se hacía con milicias armadas ocupando estaciones de ferrocarril o centrales eléctricas. Y en adelante nunca más sería así. En sentido jurídico, el criterio decisivo para definir un golpe es que el orden en vigor es reemplazado por un orden nuevo de forma no prevista por el anterior. Probablemente todo esto, tamizado por el paso del tiempo, les suene a actualidad.

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