La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Latidos de Valdediós

Adueñarnos de la vida y la muerte

Sobre los síndrome de Down

He leído que el 98% de los niños diagnosticados de Síndrome de Down en el seno de su madre no llega a nacer. Me he quedado? transida de pena, pues para mí las personas con Síndrome de Down son especialmente queridas y reconozco que siento predilección y debilidad por ellas. Se me ha roto algo dentro cuando he visto este porcentaje tan elevado y he pensado que algo preocupante y tremendo está sucediendo cuando carecemos de la sensibilidad mínima para acoger y respetar -no hablo ya de amar, que sería lo suyo- la vida del que es diferente.

He dicho bien: diferente. Porque lo primero que hay que clarificar en medio de esta era de la técnica, que nos hace tan pavorosamente ignorantes en otros ámbitos culturales como la filosofía, la literatura, la historia o la geografía (que esto podría ser materia para otro artículo), es que el Síndrome de Down no es una enfermedad, sino una alteración cromosómica, que da lugar a unas personas diferentes, pero igual de dignas que el resto, y -desde luego- maravillosas y llenas de bondad.

Ante esta cruel realidad, viendo ese altísimo porcentaje de abortos, yo me pregunto: ser diferente ¿es un delito para condenar a alguien a muerte? ¿Quiénes somos nosotros para decidir que deben morir, que no tienen derecho a vivir? Y reflexionando he llegado a esta pregunta: ¿Qué pasaría si los "raros" y "especiales", los diferentes fuéramos los que no tenemos una trisomía en el cromosoma 21? ¿Qué pasaría si ellos fueran mayoría y dominaran la sociedad y la rigieran y decidieran según sus criterios? ¿Cómo sería el mundo? Y sobre todo? ¿condenarían a la marginación y a muerte a la minoría diferente a ellos? Estoy absolutamente segura de que no lo harían. Su alteración genética es una bendición, porque los hace bondadosos e incapaces para la crueldad y la malicia.

Quizás penséis que estoy loca y soy una ilusa, pero muchas veces me dan envidia de la buena y me conmueven hasta lo más hondo. ¡Ojalá todos tuviéramos un corazón tan limpio como el de ellos y tan inocente y capaz para la bondad y la alegría! ¡Ojalá todos tuviéramos su capacidad de dar y recibir amor y gozo gratuitos! El mundo sería muy diferente si estuviera en sus manos. Y es una lástima que nosotros, los "normales" y genéticamente perfectos, vayamos tiñendo nuestras manos de sangre inocente y que lo veamos normal, legal, sensato? ¡Qué dolor que podamos matar de esa manera, o permitir que otros lo hagan, sin que nos remuerda la conciencia lo más mínimo! y encima? ¡muchas veces reclamándolo como un derecho!

Algo no va bien en esta sociedad ni en nuestras conciencias?. Algo se está deformando y me atrevo a dar la voz de alarma. Revisemos nuestros corazones y dejemos que aflore en ellos la ternura y la compasión y -sobre todo- el respeto por la vida ajena, de la que nadie es dueño, sino sólo Dios. Esto no es un momento sentimentaloide de la monja del periódico, sino un toque de alarma: no podemos convertirnos en cómplices de la muerte de seres inocentes con nuestro silencio. No olvidemos que el que calla otorga.

Un fuerte abrazo y hasta el próximo viernes.

Compartir el artículo

stats