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Sol y sombra

El funeral mediático

Alguien, con suficiente agudeza, comentó que Tini había logrado su sueño eterno de aparecer en más fotos que nunca en sus funerales mediáticos. Su primer paso hacia la posteridad ha consistido en la omnipresencia, como le gustaba.

Álvarez Areces, en sus mejores tiempos, era como, todo el mundo conoce, capaz de inaugurar en un día un paseo marítimo y un semáforo y, al siguiente, el piso de un vecino que lo solicitase, siempre y cuando que hubiera un fotógrafo para registrar el momento.

Hay políticos que se reconocen en el movimiento pendular, conscientes que resulta más fructífero que la reflexión. Otros, sin embargo, envejecen ensimismados. Como sufrido espectador prefiero a los segundos; son menos pesados. Areces aburría a las piedras de tanto fotografiarse con ellas. Su discurso era también aburrido, acaparador, propagandístico y reiterativo. Los resultados de su gestión, sin desestimarlos, son menores que la gloria que en estos momentos invocan, aunque hizo y deshizo a su antojo con la capacidad propia de un trotón y la fe ciega del visionario.

La tenacidad y el trabajo fueron probablemente sus mejores virtudes pero algunos le han querido despedir como si en él se juntasen Adenauer y Churchill al mismo tiempo, o como si Monet y Schuman hubiesen desparecido de un golpe. La hagiografía es un exceso en el instante de la consternación por la muerte: una genuflexión idólatra que produce desmesura.

El expresidente del Principado y alcalde perpetuo de Gijón se ha ido tristemente y de forma inesperada en un mes prolijo en defunciones sonadas. Últimamente se había defendido, con uñas y dientes de un "juicio paralelo" en el Parlamento asturiano. Antes ya lo había hecho por sus actuaciones en los casos "Marea" y "Niemeyer", donde explotó su acusada tendencia megalómana. Como a tantos otros, a Areces le hubiera gustado pensar que la muerte es el principio de la inmortalidad, aunque no habría tenido inconveniente en posar junto a ella. En paz descanse.

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