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Sin Cincinatos

La inconsistencia de los dirigentes políticos

Con la anunciada despedida de la canciller alemana, una física doctorada en química cuántica, desaparecen los líderes que encarnan a ese gobierno de los mejores sugerido por los clásicos del pensamiento. Las biografías de los principales mandatarios internacionales que quedan no permiten ser demasiado optimista: pocos han destacado en su vida previa al poder, abundando los que no se han dedicado más que a enredar en sus partidos desde la juventud, sin mayor ocupación que esa, en el entendido de que algo así pueda calificarse como trabajo.

De esta inconsistencia de los dirigentes no se escapa tampoco nuestro país. Ninguno de los actores que encabezan a las formaciones con perspectivas electorales puede presumir de una trayectoria brillante o al menos relevante antes de dedicarse a la política. Mal va a conducir un barco quien no atesora las condiciones óptimas para ello, siguiendo el conocido razonamiento platónico.

Aquellos que sostienen que esta forma de pensar no encaja con la democracia suelen justificar que la nave siga capitaneada por el más popular, pero no necesariamente por el que controle de náutica. Sucede, sin embargo, que las naciones nunca han podido ser dominadas por esos esquemas tan primarios, y menos ahora, sino que precisan de personalidades con capacidades superiores y que sepan de qué van los asuntos o al menos que los vean venir.

La escasa consideración que otorgamos a la ejecutoria de los convocados a ocupar cargos representativos guarda estrecha relación con los resultados que cosechan una vez que gobiernan. Si de antemano conocemos de lo que son capaces antes de ofrecerse a regir a los demás, solo confiando en la fortuna podremos aguardar algo diferente de lo que sospechamos, aunque existan excepciones que confirmen la regla.

Llamado dos veces por Roma para que dejara el arado y contribuyera a su gobernación, Cincinato aceptaría dirigir a los suyos, retornando luego a cultivar su hacienda, que era lo que de verdad le apasionaba. Sus altas capacidades y virtudes -entre ellas, la ausencia de cualquier ambición personal- empujaron a los romanos a reclamarle con insistencia, renunciando él a la púrpura tras sus respectivos mandatos, pese a poder continuar más tiempo en ellos. Lo mismo haría veintidós siglos después George Washington, vinculado como Cincinato a la agricultura, abandonándola para dedicarse a la política y regresando a ella tras su intenso peregrinaje institucional, incluso declinando asumir una tercera presidencia norteamericana.

Que en la actualidad no contemos con Cincinatos es algo verdaderamente preocupante. Y bastante más que el sistema dificulte la existencia de vocaciones de servicio como la suya. Quien posea una huerta razonable antes dedicarse a la política se arriesga hoy a encontrársela devastada cuando vuelva a ella, dada la bajeza en la que se desenvuelven nuestras democracias, atravesadas por una ruindad que no deja títere con cabeza y para las que no resulta posible reivindicar el respeto a los políticos, acaso porque a los ojos de los ciudadanos no son ya ningún dechado de virtudes.

Sin Cincinatos, continuaremos el tiempo que haga falta lamiéndonos unas heridas que tienen cura afrontando cambios radicales en la selección de quienes deben guiar nuestro futuro. O elegimos a los que cuentan con un lugar de retorno que se han labrado con esfuerzo, asegurándoles una vuelta a su oficio en similares condiciones de las que salieron de él, o seguiremos asistiendo al atardecer de la política, que degenerará hasta dejar de cumplir con su función primordial, que es contribuir al progreso de las sociedades.

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