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Carta a un científico

Criterios de discernimiento para el tiempo de la desolación que impide proseguir gozosamente el camino

Apreciado Hans:

Me comunicas, en la misiva que me has escrito, que abandonas tu carrera científica porque, al fin, te ha alcanzado el golpe de navaja que un compañero de tu misma área investigadora viene, desde hace tiempo, intentado asestarte. Se ve que el surco del jabeque es profundo. Aunque no sé por qué te extrañas, si ya lo reconoce incluso Jorge Martínez, el del grupo musical "Ilegales", refiriéndose a la SGAE: "El enemigo está en casa".

Siempre admiré el buen humor con el que encajabas, año tras año, el hecho de que el jurado correspondiente no te concediese ese premio de excelencia para el que todo el mundo te postulaba en una especie de plebiscito anual y mediático. Tú, en cambio, salías jocoso al paso con la ocurrencia de Borges: "No otorgarme el Nobel se ha convertido en una costumbre escandinava. Desde que nací (el 24 de agosto de 1899) no me lo vienen dando". Y así hasta el 15 de junio de 1986, en que falleció.

Existe, sin embargo, en tu trayectoria profesional, un punto de inflexión en el que, con el éxito palmario, se introdujeron, en tus hábitos, cambios preocupantes. Me refiero a que comenzaste a frecuentar estudios de radio y platós de televisión, a dar charlas por doquier, a salir en magazines dominicales, a ejercer de pregonero en fiestas, a recibir diplomas y estatuillas por parte de peñas, cofradías y asociaciones. En fin, que accediste a ser "socialité" y se ve que al "stalker", que no te quitaba el ojo de encima, todo eso no sólo le provocaba una envidia consuntiva, sino que lo impelió a pasar a la acción denostadora contra tu persona y tu labor.

Apreciado Hans, yo te recomendaría que leyeses el último libro del Papa. Es de finales de enero. Pero no creo que quieras ni hojearlo. Has proclamando a los cuatro vientos, viniera o no a cuento, que eres agnóstico y que eso de la religión es un atavismo anterior al apareamiento de neandertales con denisovanos. Como para ceder ahora. Lo que me reí cuando me contaste que habíais descubierto el gen en el que se contiene toda la belleza de la fe en Dios. Y qué mal te sentó. Como tampoco fuiste capaz de perdonarme jamás el que te preguntara, delante de otros, si también la superstición de la ciencia se aloja en un gen, equiparable al que, según tú, cobija a la creencia religiosa.

En ese libro, que se titula "Cartas de la tribulación", el Papa ofrece criterios de discernimiento para el tiempo de la desolación y el desasosiego, para aquellos momentos en los que no hay quien logre desenredar los nudos que impiden proseguir gozosamente el camino que uno emprendió, en su día, con ilusión y esperanza. Pues en esas circunstancias, en las que todo está embrollado al máximo, la espiritualidad jesuítica aconseja callar.

Así que deja de gimotear, guarda silencio, analiza serenamente lo que te está sucediendo y te perturba, céntrate en tu trabajo y en tu familia, y que no te calienten la cabeza ni los detractores ni los defensores. "Nam si laundanti amico credendum non est, sicut nec inimico detrahenti", escribió san Agustín. Como eres de ciencias, traduzco: "No creas ni al amigo que te alaba ni al enemigo que te vitupera". De modo que, apreciado Hans, ya me contarás en qué para todo. Yo, por mi parte, quedo, como siempre, a disposición tuya para cuanto de mi insignificante persona puedas precisar.

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