Si se me permite la expresión, hay decisiones políticas a la hora de confeccionar candidaturas electorales que asemejan cagadas de paloma. Viene esto a cuento de la moda de celebrar primarias -asunto muy recurrente en los partidos de la izquierda- para encubrir la cultura del dedazo, que se mantiene en la práctica, haciendo vivir en una ilusión ficticia a la militancia, que cree que va a poder influir en la confección de las listas y al final se imponen criterios de oportunidad política (eufemismo que viene a significar que el que manda, manda y a ti te encontré en la calle, como en la copla de Rafael de León).
Sirve para ilustrar esta aseveración un lejano sucedido: tras la muerte del Papa Antero, mártir durante el mandato del emperador Maximino Tracio, la comunidad cristiana se reunió para designar al sucesor. Se cuenta que no había acuerdo y sí numeroso revuelo. Fabián, un campesino que regresaba de sus faenas, se acercó al cónclave espontáneo, momento en que una paloma le echó su excremento encima. Parece ser que los cristianos interpretaron ese suceso como un designio divino y ni cortos ni perezosos se rindieron al nuevo pontífice, que como era laico fue ordenado de una tacada sacerdote, obispo y Papa.
Hay muchos candidatos a los que les basta con darse un garbeo por las sedes, colegios cardenalicios de la política, hacer voto de lealtad y obediencia y salir benditos y ungidos, como si les hubiera cagado sobre la cabeza la paloma de marras. Echen cuentas y verán cuántos casos hay de aspirantes a los que se les ha aparecido el Espíritu Santo.
