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andres montes

El activista irredento y la feligresía heroica

El conflicto entre el concejal Rosón y la Fundación Bueno

El salto de la agitación a la institución es tan grande que algunos no consiguen asimilarlo nunca. Podríamos tomar el ejemplo del cargante Torra, pero para qué dejar que todo lo absorba un conflicto que el soberanismo quiere hacer omnipresente disponiendo de casos más cercanos.

La entrada de Podemos y sus secuelas en las instituciones provocó cierta pérdida del entorno entre quienes, encerrados en el espacio reducido y cómodo de las consignas, se vieron de repente abocados a hacer política real, en la que imperan otros factores, como la ley, y no es dominio de la mera voluntad. El terreno de las decisiones públicas, las que de verdad tienen capacidad de influencia en la vida corriente, resulta frustrante porque está atravesado de cauces, procedimientos y restricciones que casan mal con cualquiera convencido de que ser cargo electo lo coloca en la antesala de la materialización de su sueño ideológico.

Son comprensibles, por ello, las incomodidades y desvaríos iniciales de alguien que por primera vez se adentra en ese territorio nuevo. Pero cuando, después de cuatro años de ejercicio del cargo, un concejal, con responsabilidades tan elevadas como la de la economía municipal, sigue actuando como el activista con mallas que un día fue quizá estemos ante un caso de desubicación crónica. Hay un visible autorrechazo, una no aceptación de lo que formalmente se es, que puede derivar en trastornos severos de la personalidad.

El concejal Rosón queda sin la cobertura de sus atribuciones institucionales para convertirse en solo un histrión cuando muta en casero a la antigua, que con su sola presencia, carente de cualquier respaldo legal, pretende desalojar a la Fundación Bueno de un edificio municipal. Como consecuencia de esa privatización del cargo, de obrar a su impulso particular, el Alcalde tendría que retirarle las responsabilidades que le confía. Mostrar en público la discrepancia personal con el proceder de su delegado en Economía no basta cuando hay un equipo de gobierno en el que las decisiones deben ser colegiadas, lo que, con deslealtad reiterada, olvidan algunos de sus miembros más conspicuos.

Con el desalojo fallido, ese gran acto vacío, Rosón se abandera como avanzadilla del "no pasarán" ante la visible infiltración de Vox, una caverna nada platónica, en el espacio del buenismo, consecuencia del juego temerario de sus herederos. El aporreo de la puerta de la Fundación provoca la movilización de una feligresía, ahora heroica, que se alza en defensa del bastión del materialismo filosófico. En su interpretación del intento de desahucio como un ataque del poder a la filosofía subyace el olvido de que la ocupación del edificio es una dádiva de ese mismo poder aunque con otra cara, tan benigna y favorable que el propio Bueno la conceptuó como una traslación de la Florencia de los Médici. Frente a quienes consideran la filosofía como un ejercicio de despojamiento, el maestro fue siempre muy consciente de que necesitaba asideros sólidos en el mundo, logros constructivos para sustentarse, que establecen estrechos vínculos entre lo filosófico y lo patrimonial. Cimentar esa presencia corpórea justificaría recurrir a cierta sumisión aduladora -venalidad lo llamarían los críticos- ante un poder que, desde la filosofía, solo puede verse con perpetuo recelo. Pero es un entreguismo aparente, instrumental, sabedores desde Platón de que nunca habrá mejor gobernante que un filósofo.

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