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Bob Dylan y la Biblia

La Sagrada Escritura como elemento iluminador de parte del repertorio de un titán de la música contemporánea

Bob Dylan actuará, a finales de abril, en Gijón. No existe, en la actualidad, ninguna figura, en el panorama musical, equiparable. Bastará solo con asomarse a la amplia bibliografía existente sobre su vida y obra, para darse cuenta de que es, indiscutiblemente, el número uno; amén de llenar hasta los topes, desde hace décadas, con un público totalmente entregado a él, los auditorios en los que ha actuado.

En el futuro, las letras de sus canciones serán objeto de análisis y estudio, ya que, en su producción artística, el número de variantes textuales y musicales es de tal mutabilidad, que, para cotejarlas y establecer la diacronía, será preciso un minucioso trabajo de decantación y ordenación.

Por otra parte, su condición de "outsider", según los cánones sociales vigentes, le confiere un aura enigmática, fascinante y atrayente, que viene a dar la razón a aquella máxima judía que dice: "Vale más un grano de pimienta que una canasta de sandías".

Tras la lectura de unos poemas de Dylan Thomas, decidió adoptar, como apellido, el nombre de este escritor galés, y dejó, así, de ser Robert Allen Zimmerman para convertirse en Bob Dylan.

Con la "gens", abandonó el contexto familiar judío, no muy observante, en el que había nacido y vivido, en Duluth y Hibbing, Minnesota, e inició un itinerario espiritual, que culminó en lo que él mismo definió, en una entrevista concedida en 2012, como una "transfiguración" personal, semejante a la de Jesús, cuando, en la cima de un monte, el Tabor, según la tradición, se manifestó revestido de gloria ante los apóstoles Pedro, Santiago y Juan.

"De chaval, Bob frecuentaba todas las iglesias de Hibbing", declaró la madre del artista, Beatty (Beatrice) Stone, a Toby Thompson, primer biógrafo de Dylan. "Se interesaba mucho por la religión", decía. Así debía de ser, porque, en noviembre de 1978, en San Diego, una mujer le lanzó un crucifijo al escenario, que él recogió y guardó en el bolsillo. Dos días después, en un hotel de Tucson, Arizona, Bob tuvo la sensación de que la habitación se movía: "Había una presencia en la habitación y ésta no podía ser otra más que la de Jesús".

Conmocionado por la vivencia, acudió a una iglesia de Reseda, California, y se inscribió en un curso de lectura de Biblia: "Yo había leído siempre la Biblia, pero para mí era solamente literatura. Nunca había sido instruido en ella de forma que resultase significativa", confesó a Robert Hillburn en la entrevista que éste le hizo para "Los Angeles Times". Y en enero de 1979, Dylan fue recibido en el cristianismo evangélico.

Tuvo una etapa, después de su conversión, de euforia e incluso de predicación misionera, que duró tan solo un par de años. En 1983, frecuentó, aunque no por mucho tiempo, las reuniones de un grupo judío de Nueva York. Y en 1997, se declaró distante de cualquier ortodoxia religiosa: "La verdad, en lo referente a mi relación con la religión, es ésta: yo encuentro la religiosidad y la filosofía en la música".

En 2012, durante la entrevista arriba citada, habló de un libro, cuyo título se desconoce, que él vio, hallándose en Roma, sobre la transfiguración de Jesús, y confesó que, al encontrarse casualmente con esa escena evangélica, la asoció inmediatamente a lo que le había sucedido a él mismo después del accidente que sufrió, en 1966, en moto: había sido transfigurado. Es preciso advertir, no obstante, que la historia del episodio de la moto, relacionado con la muerte de otro Robert Zimmerman, homónimo, es compleja y no resulta fácil de entender.

Hay, sin embargo, un elemento que, en Bob Dylan, se ha mantenido inalterable: la inspiración bíblica. No podía ser de otra manera, ya que, según él, "la Biblia recorre la vida de los Estados Unidos, sépalo la gente o no. Es un libro fundante. En todo caso, el libro fundante de los padres. La gente no puede huir de ella. A donde quiera que vayas, no podrás huir de ella". Y de ahí el que una gran parte del repertorio de este titán de la música contemporánea no pueda ser apreciado en su altura y profundidad si no se está familiarizado con el texto, iluminador del presente y pleno de sabiduría para el futuro, de la Sagrada Escritura.

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