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Joaquín Rábago

Los troles se están cargando la democracia

El peligro de las campañas basadas en mentiras a través de internet

Parece que esta vez va en muchas campañas electorales más de troles que de debates electorales entre candidatos, y los troles -hay que decirlo- pueden cargarse, se están cargando ya la democracia.

Ocurrió ya en los Estados Unidos con la campaña de Donald Trump, en cuya elección tuvieron mucho que ver los algoritmos de Cambridge Analytica, la empresa especializada en la minería y el análisis de datos para campañas publicitarias y de propaganda.

Sucedió asimismo en torno al Brexit, con una campaña basada en mentiras y en la más grosera manipulación del electorado de un país cuya vieja democracia parlamentaria se nos había presentado siempre como modelo.

Y podría volver a pasar en las próximas elecciones: las nacionales nuestras y las que llevarán este año a un nuevo Parlamento europeo. Los mensajes difundidos por los troles ocupan cada vez más el lugar de los debates entre líderes políticos.

Una sana democracia requiere ante todo una opinión pública informada y libre. Y lo que tenemos es una sociedad cada vez más atomizada, compuesta por individuos fácilmente manipulables, sometidos a múltiples "realidades".

Los líderes populistas de extrema derecha rechazan la discusión, la confrontación de opiniones; no aceptan la disensión o la crítica, buscan comunicarse directamente con el ciudadano, a ser posible encerrado en su casa.

Su objetivo es, por otro lado, marginar las voces minoritarias y dar una apariencia de normalidad a los puntos de vista más extremos, creando así la impresión de una aceptación tácita de los mismos.

Gracias a los datos que proporcionamos todos inconsciente y gratuitamente cuando hacemos uso de las redes sociales, los partidos pueden conocer cómo pensamos, qué es lo que nos gusta o, por el contrario, nos repele.

Basta entonces con bombardear a cada potencial elector con noticias, verdaderas o falsas, que apelen, no a la razón, sino directamente a los instintos y refuercen precisamente sus ideas preconcebidas, sus más insanos prejuicios.

Parte importante de su estrategia es desacreditar a los medios tradicionales, como vemos que hace continuamente Trump en Estados Unidos, acusándoles de no ocuparse de los problemas reales de la gente, de obedecer sólo a las élites y ocultarles la verdad a los lectores.

Han descubierto que basta machacar al ciudadano con mensajes simples y directos que refuercen sus prejuicios, por ejemplo, contra la inmigración, que asocian falsamente al incremento de la delincuencia o al abuso de los servicios sociales que "hemos pagado entre todos".

¿Qué falta hacen argumentos cuando resultan, por lo que hemos visto, mucho más eficaces eslóganes como "Hagamos grande otra vez a América" o "Recuperemos nuestra soberanía"?

Y así tenemos como resultado a un Donald Trump dedicado desde que llegó a la Casa Blanca a hacerse grande sólo a sí mismo y a sus amigos multimillonarios y a un Reino Unido metido en un laberinto cada vez más absurdo, del que no sabe ya cómo salir. ¿Es eso lo que les prometieron unos y otros a sus electores?

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