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Maestros

Reflexiones sobre la figura del profesor, que ha quedado totalmente denostada

Esta semana ha sido el Día del Profesor. Ha pasado prácticamente desapercibido. Hay otras cosas que meten mucho más ruido. Se conmemora el día de San Juan de Calasanz, que fue, mira por dónde, santo y todo, católico, oiga usted. El primero ni más ni menos que en 1597 abre una escuela para niños pobres en Roma. Fue la primera escuela pública gratuita. Desde entonces han pasado muchas cosas.

La figura del profesor, del maestro (una palabra que parece denigrarlos y que sin embargo a mí me llena de ternura) ha quedado totalmente denostada. Ustedes saben que para mí los niños lo son todo. Siempre digo lo mismo, los míos y los ajenos. Creo que son los que hacen que me brillen los ojos, que mis brazos y mi regazo sean su refugio, porque los necesito siempre cerca, porque me dan serenidad y alegría. Lo mío es claramente vocacional y es lo que necesitamos para los que se dedican ahora a la enseñanza. Una vocación total y absoluta. No es lo mismo trabajar en una fábrica, en una oficina, con cosas, utensilios que con personitas, esas a las que tienes que enseñar a aprender con alegría, a abrir los ojos a un mundo que empiezan a descubrir bien o mal, dependiendo muchas veces de los maestros. Especialmente de los de los primeros años. En esos años de Infantil, ahora que nos obligan a llevarlos con tres años, algo que para mí es innecesario, es cuando el cerebro del niño se va modelando, formando. Por supuesto en casa, en la familia, pero también en el cole.

Un buen profesor, una buena maestra sabrá cómo tener autoridad y no autoritarismo, cómo ser indulgente y cómo dar oportunidades, cómo no humillar, sino ensalzar, cómo buscar las virtudes, los puntos fuertes de cada pequeño para que las desarrolle mejor y trabajar con paciencia aquellas deficiencias que encontramos en su aprendizaje. No es fácil tener más de 20 niños, sigue siendo una auténtica barbaridad. Son a veces bebés, otros inquietos, otros diferentes, y una sola persona tiene que hacerse cargo de cada lloro, de cada enfado, de cada caída, de recibir a padres que cada vez educan menos porque resulta más fácil decir a todo que sí, no oponerse a un niño que puede volverse un pequeño tirano. Que de eso, por desgracia sé yo mucho, y sé cómo es su adolescencia. Por eso tengo claro que algo debe cambiar en estas leyes de educación que cada vez son peores. Porque la figura del maestro (permítanme seguir empleándola) tiene que ser la del mejor preparado, la del que tenga el mejor expediente, como ocurre en otros países, los mejores estudios, la del que sea feliz rodeado de niños a los que tendrá el privilegio de empezar a descubrirles el mundo.

Tienen que ser, cómo no, los mejor pagados, como piden los asturianos, pero eso sí, también tienen que ser los mejores de toda la enseñanza. Aunque la gente piense que son simplemente maestros.

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