Los expertos no alcanzan un acuerdo o al menos algunos ponen en entredicho si es conveniente o no que los medios de comunicación publiquen noticias relacionadas con fallecimientos por suicidio. No está claro que el efecto llamada de la publicidad periodística participe en el incremento de los casos. A los periodistas nos supone un evidente conflicto de conciencia este asunto informativo y solemos quedar con frecuencia en el ojo del huracán y se nos acusa de morbosos.
Pero ¿cómo no contar el esfuerzo del rescate de una mujer que se lanza al vacío desde el Cerro o el horror que supone para los que presenciaron que una adolescente se precipite desde la torre de la Laboral?
Seguimos enfrascados en ese conflicto mientras el suicido se ha convertido en una de las causas más frecuentes de fallecimiento entre los jóvenes cuando lo que deberíamos hacer, desde la ventana de los medios de comunicación, es exigir a las administraciones públicas con mayor vehemencia más atención preventiva hacia las personas con tendencias suicidas.
¿Qué medios económicos y profesionales destina la sanidad pública a este problema, que se agrava? ¿Son suficientes y efectivos? En el plano moral, un suicida es un asesino de sí mismo; pero se trata en la mayoría de los casos de personas con severos conflictos internos que merecen atención médica especializada y un seguimiento constante, antes y después. Este contratiempo no se arregla solo recetando pastillas.
Y todos tenemos que poner un poco de nuestra parte, empezando por las familias. Y los medios, denunciando si no se actúa con el suficiente empeño en atajar una lacra con demasiadas aristas cuyo agrandamiento confirma cada año la estadística.
