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A vuelapluma

Mario Rodrigo

Ser una estrella

A un fanático del baloncesto le cuesta mucho digerir una muerte como la de Kobe Bryant, todavía joven, mientras por sus ojos pasan una y otra vez las imágenes de una estrella con mayúsculas, un portento físico y técnico con corazón guerrero. Para mi generación se trató del genuino heredero de Michael Jordan, por posición en la cancha y por estilo de juego. Y fuera de la pista también era fácil de vender: un tipo educado, con mezcla de culturas (se crió en Italia, donde jugaba su padre Joe) y una sonrisa magnética. Kobe era bueno, muy bueno, buenísimo, y lo sabía. Tanto como para rozar la humillación a compañeros y rivales. Innumerables fueron los partidos en los que, conscientemente, se dedicaba a pasar la bola toda la primera parte, mientras su equipo se hundía, para luego erigirse en el salvador, acaparando todos los tiros de los últimos minutos. Como diciendo: "Bueno, ha quedado claro que sois unos mantas, pero tranquilos, que ya lo resuelvo yo". Surrealista fue una noche en la que, con la mano diestra inutilizada por una lesión, fue alineado igualmente y se dedicó a lanzar con la izquierda una y mil veces, hasta triples... falló mucho -no todo-, fue sustituido finalmente, pero nadie le rechistó. Ser una estrella era su trabajo.

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