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Bar o no bar, esa es la cuestión

La amistad que surge junto a las barras en una hostelería que resurgirá tras derrotar al virus

Bar viene del inglés "bar", que quiere decir barra. De un lado del mostrador está la persona que llamamos camarero y sirve bebidas frías y calientes, y del otro, apostados, a veces sin sitio donde apoyar el codo, los clientes, que trasiegan las consumiciones y después pagan, y entre lo uno y lo otro, ven en la tele los cinco últimos minutos del Getafe contra el Real Valladolid, o conversan amistosamente con sus vecinos, amigos de barra, o no tan amistosamente, enemigos de barra, del partido que está en el Gobierno. Así el gran bar que es España gasta su tiempo, y si con ello no alcanza la felicidad, al menos, se distrae y levanta ese ánimo tan nuestro a base de tinto o cubata. El bar es la extensión del salón de casa y da cuartel a un contingente que precisa de la relación personal fuera del ámbito doméstico.

El bar y su gama de modalidades no es un invento español. Ya ven, el nombre viene de Gran Bretaña. Cierto que en España se contabiliza un bar por cada 175 habitantes, un total de 277.539 censados en el suelo patrio. Somos los primeros del mundo en bares.

De la importancia que el bar tiene en la vida y en la cultura, permítanme que recuerde aquellos locales del sur profundo de los EE UU, los "juke joints", donde los negros entonaban blues de todos los colores y bailaban ritmos afroamericanos preseleccionados en la "juke box". Albergaban estas joyas cabañas de madera levantadas en medio de las plantaciones de los blancos con el fin de que los esclavos pudieran socializar.

A fin de cuentas, el "juke joints" del negro del Sur es el bar nuestro de hoy. Los esclavos de la rutina de hoy socializamos en la barra del bar. Escribe mi hijo en un trabajo sobre los "juke joints" que "en la comunidad el cerebro es el Ayuntamiento y el corazón late en el bar". Pero el corazón se nos ha parado. Ha entrado un matón y nos largó a la calle sin viento fresco. Reconquistaremos nuestro espacio de libertad y de relación humana. El bar nos pertenece. ¡Hay que matar al matón! Pero eso, compañeros, lleva su tiempo. El desgraciado pierde fuelle, pero seamos conscientes de que aún le quedan balas en la recámara. La estrategia exige paciencia, un ataque a lo loco sería suicida. Volveremos a la caña y a las patatas fritas. Seguro. Después de que enterremos al matón.

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