El Gobierno se enfrenta a una nueva crisis interna en una legislatura ya de por sí envenenada. El último detonante es la derogación integral de la reforma laboral, suscrita con Bildu para supuestamente conseguir un apoyo al estado de alarma sin utilidad parlamentaria y que no tiene otra explicación aparente que tensar los ánimos. A no ser que abra el camino a un entendimiento con las fuerzas más antisistema y que peor futuro pueden aportar a la estabilidad social. La UE pensará que las garantías de España ante un posible rescate económico no son las más halagüeñas en el contexto de su mayor recesión desde la Guerra Civil. A la vez que surgen las conjeturas, se nubla el horizonte de la reconstrucción económica en medio de una inseguridad jurídica laboral. Para restituir derechos de los trabajadores habría bastado una reforma parcial sin necesidad de improvisar el decorado menos idóneo para llevarla a cabo.
Pero pierdan cuidado, como la política, tal como se ejerce, no se concibe al parecer para solucionar los problemas sino más bien con el fin de agravarlos, Iván Redondo ya se prepara para embarrar el terreno de juego al grito de ¡vienen los fachas!. Vox vuelve hoy a convocar movilizaciones folclóricas en todo el país para capitalizar la oposición de una manera equivocada y únicamente deseable para agitar la propaganda en su contra. Puede que este Gobierno sea el peor de los posibles en las circunstancias más adversas -solo hay que detenerse a comprobar sus atropelladas decisiones y las consecuencias de su imprevisión en la gestión de la emergencia sanitaria- pero la alternativa no es la de los redentores populistas que ofrecen soluciones simples a problemas complejos y la reanimación del frentismo que a España siempre le ha causado tanto daño. Con este escenario poblado de irresponsables y de oportunistas, solo hay que confiar en que no nos pase nada peor. Del estado de alarma hemos pasado al estado de demencia.
