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Tino Pertierra

Solo será un minuto

Tino Pertierra

La última palabra

Beatriz: "Lo sé, lo sabes, lo sabemos. El dolor más atenazante no hunde sus raíces en nosotros, sino en los otros. No hay mayor sufrimiento que el ajeno sin poder hacer nada para remediarlo. Un ser querido que forcejea, unas veces en silencio y otras con palabras rotas, con un verdugo despiadado al acecho. El derrumbe de quien ha compartido los mejores y los peores momentos de tu vida. La mirada que se apaga. El color de la piel que se desvanece. La voz.

Que se astilla.

El futuro llega a un callejón sin salida al que se llega tras atravesar callejuelas sombrías. Las víctimas hacen balance y los demás hacemos inventario de los agravios tontos, los olvidos intrascendentes, los enfados sin motivo y las mordazas que impidieron vestir de palabras el silencio de los sentimientos. Quizás hayan sido de esas personas que son como surtidores de gasolina desperdigados por una interminable carretera desierta. Llegas a ellas casi a rastras con apenas unas gotas de combustible y las abandonas con el depósito lleno y dispuesto a seguir devorando kilómetros de subilusiones y sobredesengaños, miniéxitos y megaderrumbes. Con su sabiduría paciente y sus inquietudes contagiosas, saben que lo único que vale la pena es ayudarnos unos a otros por acción u omisión, para impedir que nos vayamos a pique con los vaivenes salvajes de un barco sin timonel.

Entre tanto ombligo hinchado y tanta ambición estéril, las personas surtidor brillan como faros en la niebla y atraen a su lado a los navegantes extraviados que buscan a tientas los únicos puertos a los que merece la pena llegar. Esas personas, demasiado sensatas para ser perfectas, saben que es mejor naufragar que llegar a mal puerto. Nunca se van aunque ya no estén, y si no damos con ellas es mejor la soledad. Eso creo. La compañía de uno mismo ayuda a valorar lo que se tiene y lo que no, lo que se quiere y lo que no, lo que vale la pena y lo que no. Mi padre era una de esas personas. Se fue engullido por una marea salvaje y no pude despedirme, confinados en el horror de las estadísticas impávidas, sin tiempo para tener la última palabra".

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