La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

buznego

El momento del PP

La necesidad para la democracia de que los populares recuperen fortaleza

En China no hay oposición política. El Partido Comunista monopoliza el poder y la reprime con violencia. En Rusia, una melé de pequeños grupos poco organizados sobrevive a duras penas con el permiso de Putin, que puede recurrir a cualquier medio para evitar su derrota en las urnas. No son democracias. Hace una treintena de años, Vargas Llosa se refirió a México como "la dictadura perfecta" por las victorias electorales sin interrupción que el PRI había conseguido desde 1930 con un altísimo porcentaje de votos, desatando una gran polémica entre los escritores más conocidos del "boom". No hay democracia sin oposición al gobierno y la oposición solo es libre para ejercer y tiene la posibilidad de alcanzar el poder pacíficamente en una democracia. Cuando la oposición es débil, la democracia pierde competitividad y se resiente. En una democracia, es tan importante que haya un Gobierno fuerte como que la oposición también lo sea.

En la actualidad, la oposición se encuentra en una situación complicada, particularmente en aquellas democracias gobernadas por líderes populistas y en aquellas otras que aún no han logrado una institucionalización fuerte, como es el caso de España y otros países del sur de Europa, en los que el sistema de partidos fraguado tras la segunda gran guerra está en un proceso irreversible de descomposición. Esta es la coyuntura a la que se enfrenta el PP, un partido electoralmente disminuido, que en el último lustro ha visto partirse en tres el bloque electoral reunido por Aznar y que Rajoy mantuvo en su primera legislatura. El partido conservador español parecía llamado a liderar una coalición de centroderecha, pero los partidos nacionalistas catalanes y vascos se han alejado de él y hacen buenas migas con su mayor rival, Ciudadanos está empeñado en pactar con el gobierno para marcar un perfil propio y Vox propaga un discurso radical sin asumir ninguna responsabilidad. Para colmo, los augurios que se extraen de las encuestas electorales no son alarmantes, pero ya se escucha el runrún de una derrota parcial a manos del partido de Abascal.

Ciertamente, el PP no está acertando a configurar una oferta bien definida y atractiva para el elector. Los cambios efectuados en la dirección del partido y del grupo parlamentario fueron un paso adelante, en general bien acogido, pero no ha tenido continuidad. En los asuntos de la agenda que el Gobierno ha puesto sobre la mesa, el PP no dibuja una línea política clara. Se muestra vacilante y da la impresión de que actúa siempre a remolque, unas veces del Gobierno y otras de sus cercanos, sobre todo de Vox, de manera que hace dudar incluso a un sector de sus votantes. La resistencia a acordar con el Gobierno la renovación pendiente de todas las instituciones de control, y especialmente del Consejo General del Poder Judicial y de Radiotelevisión Española, es un error estratégico. Otro tanto ocurre con la negativa a hablar siquiera de la memoria histórica, una cuestión en la que no le debería resultar tan difícil desprenderse de algunos prejuicios y alinearse con la opinión mayoritaria de la sociedad española, que coincide solo en parte con la propuesta del Gobierno. Asimismo, la forma en que se está empleando en defender la Corona es desacertada.

Y el PP tampoco tendrá la ayuda del Gobierno para encontrar su sitio. La voz del sentido común dice que si el Gobierno quiere fortalecer la democracia tendría que buscar un punto de encuentro y privilegiar sus relaciones con el PP, dejando a Vox en el margen, pero prevalece la apetencia de poder y Pedro Sánchez no piensa en otra cosa que en asfixiar al PP. Ese es el sentido del juego que practica con Ciudadanos, del papel referencial que otorga a Vox en sus intervenciones en el Congreso y del acoso a la presidenta de Madrid, desbordada por la pandemia y hoy el flanco más débil del PP. La moción de censura presentada por Vox pondrá a prueba de nuevo la capacidad de Casado para escapar de la encerrona a la que vienen sometiendo al PP la izquierda y los nacionalistas, con un desconocido PSOE al frente.

Las democracias de mediana calidad se han adentrado en una fase en la que el respeto a las formas y a las reglas ha sido sustituido por una pugna cruda, poco civilizada y desleal, por el poder. El PSOE de Pedro Sánchez ha reaccionado mejor al multipartidismo llegado de la mano de los populismos y está siendo más eficaz que el PP en la batalla política, aunque está por ver el coste de todo ello, que podría ser altísimo. En un ambiente polarizado a propósito, con la declarada hostilidad del Gobierno y una sociedad cansada, replegada a la espera de los Presupuestos, la evolución de la economía y el gasto social, a este PP demediado le espera una larga y difícil travesía antes de volver a Moncloa. Pero, ¿qué sería de nuestra democracia sin un PP fuerte, ya sea en el Gobierno o en la oposición, donde decidan los españoles?

Compartir el artículo

stats