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Jorge J. Fernández Sangrador

La mirada del artista

Lo que a grandes autores y personalidades del mundo del arte evoca la visita al Museo del Prado

La periodista María de la Peña ha publicado un libro que lleva por título “Diez artistas y el Museo del Prado”, donde se recogen los testimonios de Eduardo Arroyo, Miquel Barceló, Rafael Canogar, Alberto García-Alix, Cristina Iglesias, Carmen Laffón, Antonio López, Blanca Muñoz, Soledad Sevilla y Juan Uslé.

En uno de los capítulos introductorios, Manuela Mena, que desempeñó cargos de gran cualificación en el Museo, evoca algunas visitas que artistas y personalidades del mundo de la cultura realizaron en fechas pasadas a la pinacoteca, y en el enunciado del título del que firma Miguel Falomir, director del Museo, se ofrece la clave que permite entender cómo es esa singular relación que se logra establecer entre el pintor de hoy y los de ayer en el Prado: “trasciende lo estético”.

Fue lo que le sucedió precisamente a Antonio López, quien, al igual que otros muchos pintores, entró por primera vez en el Prado de la mano de sus padres. “Cuando vas conociendo más el mundo y la pintura, llegas a Velázquez”, dice. Y allí se encontró con su “Cristo crucificado”: “te habla”. Hay en él amor, misterio, grandeza, amparo y protección. A un nivel altísimo. “Pienso siempre en Velázquez, pero ahora mucho en el ‘Cristo crucificado’. Te habla de los más elevado de la vida, de un dios”, confiesa.

Y lo mismo le ocurre a Eduardo Arroyo: “El cuadro de Velázquez que me provoca una emoción inimaginable es el ‘Cristo crucificado’”. Y a Juan Uslé: “Me puedo pasar mucho tiempo allí, delante de la obra e, inesperadamente, descubro que el color del clavo en uno de los pies de Cristo me lleva a otro mundo al que no pretendía para nada acercarme”.

En su escrito preliminar, Manuela Mena recuerda la visita del neoyorquino Julian Schnabel, pintor y director de cine, al Museo: “Me hizo ver el colorido amarillento, y no blanco, de la potente luz ‘blanca’ tras la cabeza del ‘Cristo crucificado’ de Velázquez”. Y es que mil veces había pasado, como experta en conservación, ante él sin reparar en que el halo que circunda la cabeza de Jesús muerto es un aura de infinito.

El “Descendimiento” de Rogier van der Weyden es otro de los cuadros que causan impacto. A Eduardo Arroyo (“Cuyo poderío cromático sirve al drama”), Miquel Barceló (“Las manos”), Alberto García-Alix (“¡Qué gran coral!”), Cristina Iglesias (“Quizás mi cuadro favorito”), Blanca Muñoz (se abstrae contemplándolo) o Juan Uslé (“Es dolor en ‘high definition’”).

En fin, que hay que ir al Museo del Prado. Según Rafael Canogar, hemos de hacerlo para que nos entendamos a nosotros mismos: “quiénes somos y por qué hacemos lo que hacemos”. Pero lo que realmente resulta sorprendente es que Miquel Barceló, que ha hecho profesión de ateísmo siempre que se le ha presentado la ocasión, diga que es imprescindible conocer la iconografía cristiana para “conocer nuestra cultura” y “saber de dónde venimos, quiénes somos, por qué te llamas Miguel o por qué te llamas Bartolomé”.

Barceló cayó en la cuenta de lo importante que es conocerla en un período tardío de su trayectoria personal artística. Después de visitar una exposición de Bartolomé Bermejo. Y, según él, se requiere ese conocimiento no sólo para tener una formación de carácter general (“Incluso ahora, quienes tienen un nivel cultural normal no están familiarizados con la iconografía cristiana”), sino también porque hay que “esforzarse por buscar lo que no se ve”.

Y en eso lo ayudó mucho la frecuentación del arte prehistórico, con el que está familiarizado, pues pertenece al comité científico de la cueva de Chauvet, en Francia. Y es que ya sea en la pintura religiosa de una caverna, ya sea en la del Museo del Prado, detrás se halla siempre el “Deus absconditus”, que es quien ha guiado, sin que el artista se percatase, el instrumento con el que su mano dúctil ha tratado de plasmar la Belleza infinita de Aquel que se complace en hacerse buscar.

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