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Inmaculada González-Carbajal García

El narcisismo, la otra epidemia de la sociedad actual

Un mundo individualista henchido de egolatría

El mundo actual sufre una pandemia que está transformando la vida individual y colectiva. Es posible que no seamos capaces de imaginar hasta qué punto el futuro será muy distinto a lo que hemos conocido hasta ahora en todos los aspectos. La cuestión es que esta situación pone de relieve los aspectos más vulnerables en lo individual y lo colectivo, y en este sentido, nos sobreviene en un momento en el que la sociedad manifiesta su debilidad, porque está enferma de otro mal: el narcisismo.

Después de los tiempos oscuros de la primera mitad del siglo XX, asumimos el cambio cultural de un posmodernismo que nos abría nuevos horizontes, sin darnos cuenta de que con todo ello se estaba potenciando el individualismo narcisista, carente de ideales y sin valores firmes que tengan en cuenta a los otros; de este modo, hemos creado una sociedad henchida de egolatría, en la que todos estamos inmersos. Como siempre sucede, no somos conscientes de cómo llegamos hasta la situación actual, porque no damos importancia a lo que vivimos cada día; creemos que lo que hacemos o decidimos hoy no tiene consecuencias para el futuro. Pero sí las tiene, y así es que ahora nos encontramos con una argamasa social en la que es muy difícil introducir visiones de conjunto, porque cada uno mira por su propio interés.

Una de las consecuencias más graves de una sociedad narcisista es que, cuando surgen problemas que afectan a la colectividad, los individuos no tienen recursos para luchar conjuntamente, porque la personalidad narcisista y ególatra no está entrenada en ceder, en asumir errores o en buscar el bienestar de la mayoría, porque es egoísta y carece de empatía con el sufrimiento ajeno, si bien puede ser muy hábil para utilizar las calamidades ajenas como bandera para sus fines, que siempre estarán en su propio interés. Esto es algo que de manera habitual vemos en algunos políticos.

Las sociedades narcisistas denotan falta de madurez y de evolución, porque la egolatría y el narcisismo corresponden a etapas de la infancia en las que el niño se cree el centro del mundo, tal como señala el profesor Gerardo Castillo Ceballos: “Una de las causas principales de la conducta narcisista es sobrevalorar y halagar excesivamente a los hijos, para elevar de forma artificial su autoestima”. Esta “moda”, que se impuso en las últimas décadas, ha contribuido a generar individuos narcisistas que alimentan el conjunto de la sociedad.

Otra característica de este tipo de sociedades es que fomentan lo emocional como referente para la toma de decisiones; así que cualquier situación, por grave que sea, adquiere un tinte sensiblero, que rara vez genera compromisos sólidos y duraderos. Además, la falta de contención para soportar una emoción o sensación desagradable genera reacciones automáticas ante cualquier cosa que incomode; así pues, cuando se necesitan respuestas que provengan de la calma y de la reflexión, lo que tenemos son improvisaciones o salidas de tono. Y esto lo encontramos en todos los niveles de la sociedad y lo vemos todos los días cuando nos tropezamos con personas que no soportan el más mínimo inconveniente y responden con enfado, ira e incluso violencia.

Esta actitud narcisista y ególatra la encontramos en todos los estamentos, y el problema es que algunas personas que tienen responsabilidades de gestión y de gobierno funcionan de la misma manera, de modo que donde es necesario que haya consensos para encontrar soluciones, se produce un “choque de trenes” para ver quien puede más.

Es probable que este tiempo de pandemia marque un punto de inflexión en nuestras vidas, pero ojalá percibamos también la oportunidad para cambiar los fundamentos de una sociedad enferma de ego, que está demostrando sus límites para buscar soluciones que tengan como objetivo el bien común.

Tenemos por delante un reto, en lo personal y en lo colectivo. En lo personal, debemos reflexionar para ver qué podemos aportar cada uno de nosotros a este momento, en el que es tan necesario buscar fórmulas para tender la mano en nuestro entorno.

Quiero cerrar esta reflexión con un texto de Glynn Harrison, el psiquiatra autor de “El gran viaje del ego”: “Hay que desmitificar los pseudovalores de la cultura narcisista y promover en la familia, en la escuela y en los medios de comunicación la cultura basada en el estudio de las Humanidades y en la práctica de las virtudes. De ese modo, será posible preferir la vida buena a la buena vida”.

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