Si se cumple el refranero, con la que está cayendo –meteorológicamente hablando– sobre los tejados de esta región, vamos a disfrutar de un año de bienes a paladas. Enero se tiñe de blanco después de unos meses de tenebrosidad vírica y negritud sobre el carbón térmico de una industria que el Gobierno pretende blanquear o enterrar en cal viva. De cualquier forma, bienvenida sea la claridad, que cae del cielo para aclarar los planes de transparencia.
La nieve ha borrado las calles de muchas localidades asturianas con visos de buen augurio. Nos ha crecido la estatura de las cordilleras con su sombrero blanco y ese sencillo detalle ha levantado la autoestima al adormilado grandonismo, que siempre la fe movió montañas. Nos han subido la luz para que sigamos a oscuras pero a alguien se le encenderá la bombilla en esta región tan pálida que parecería que se alimenta de nieve.
No alberguen duda de que el que acaba de echar a andar será el año de Asturias, cuyo talento va a ser objeto de frecuentes noticias positivas. Hasta un sidro se coló en el Capitolio a celebrar el año nuevo al “trumpiano” modo. El tal Jake Angeli no tomó al asalto los telediarios disfrazado de jefe indio “Bisonte Tarado”, sino de guirrio que sale de esa guisa a por el aguinaldo. En Estados Unidos, la ficción siempre antecede a la realidad. Todo lo que pasa en ese país ha ocurrido antes en una película. El cine adelanta escenarios y nos prepara para lo que ha de venir. Fue ver el viernes las fotos de Barbón caminando cabizbajo sobre la nieve en el puesto de mando de Felechosa, con guantes y bufanda y un abrigo con forro de lana, e írsele a uno la cabeza a los Cohen, a los campos nevados del invierno de Minnesota en “Fargo”.
La nevada es siempre un evento mágico, pero no conviene rendirle absoluta pleitesía: habrá que tomar de una vez medidas técnicas efectivas contra los aludes, para que la muerte de Virgilio García sea la última que llorar de un sepultado bajo una avalancha innumerable de hielo.
