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El otro

Vivir en un tiempo para el que quizá no estábamos preparados

En los últimos meses hemos aprendido a apreciar la importancia de la comunicación cara a cara, lo difícil que es mantenerse a distancia sobre todo cuando esa distancia es ajena a nuestros deseos. Hemos descubierto que comunicar es mucho más que hablarse, es mirarse, detectar los gestos que se producen en el otro cuando realmente nos importa, sentir la posibilidad de conectar más allá de la imagen de una pantalla.

Pero en algunos casos ya es tarde, como contar el número de emociones que ya no podrás detectar porque ya no hay “un otro”, un otro al que hemos dejado pasar en el tiempo para una mejor ocasión, ese otro que nos miraba con la ternura que desprende la experiencia de la vida, ese otro que nos esperaba tras las luces de unos ojos que se iban apagando, ese otro que en el abrazo nos decía que estaba ahí.

Ahora es tarde, cómo comunicarse con cifras que parecen no significar nada. Día a día, oímos los números de esos otros que ya no están, y nos escondemos tras la aparente normalidad que nos hemos construido para seguir diciéndonos que no pasa nada. Incluso cuando ese otro, está a nuestro lado, comparte nuestras vidas, se cruza en la calle, el portal, en el trabajo.

Y que decir del cercano, el que ya no es el “otro”, nuestro otro. El que está a nuestro lado, el que hablaba con las manos, los brazos y la cara. Ahora está callado, tan callado como esos “otros” y aún así miramos a otro lado. Hemos aprendido a mantener a distancia el valor de lo humano, nos dejamos llevar por los deseos privados, lo mío, yo, yo y yo.

Tal vez sea cierto que nos ha tocado vivir un tiempo para el que no estábamos preparados, tal vez es cierto que el individuo si siente y echa de menos esos otros, pero el grupo nos mantiene en el individualismo narcisista, mi tiempo, mis derechos, mi libertad, mi…. Pero, ¿y si no hay otros? Con quién vamos a compartir nuestro tiempo, nuestros momentos, nuestros deseos.

Es el momento de pararse, dar un paso al frente, recuperar la mirada del “otro”, recordar las palabras, las miradas, los abrazos, los besos. Atravesar con rabia y esperanza la frialdad de la distancia, acercarnos al otro, convertirlo en cercano. Y no olvidar las palabras, lo vivido, lo amado. Recuperar el valor de lo humano.

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