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José María Ruilópez

Una semana menos santa

Virus y celebraciones religiosas

En aquel tiempo el mundo se formó en siete días, según nos enseñaron. Debe ser desde entonces que las fechas empezaron a contarse por semanas. La Semana Santa, la semana negra, la semana fantástica, la semana de la moda, la semana inglesa. Unas jornadas que se repiten entre el descanso y el trabajo. Esta Semana Santa, como todas, lleva implícito el sufrimiento, el dolor, la tristeza y el recogimiento de los creyentes en los actos religiosos. Este año, además de esto, se suma la pandemia como si fuera el estrambote maligno de un poema épico. Una mano de pintura satánica por encima de la cruz y la plegaria.

Hace años, mucho después del “in illo tempore”, cuando las libertades estaban restringidas, la Semana Santa era de cierre perimetral de las mentes. Había desfiles sacro militares, portando los pasos de famosos escultores, como Francisco Salcillo. Imágenes dolientes, lacrimógenas, algunas mostrando el flagelo de Jesús en público por aguerridos romanos. Un Jesús portando una cruz de madera, que decían era hombre y dios a la vez. Un binomio de compleja combinación. Lo de hombre porque era hijo de mujer virgen y sin participación de varón. Lo de dios, como definición asimétrica de una recreación de la debilidad humana a lo largo de los siglos.

En algunas regiones españolas se manifestaba la idolatría cuando aparecían los pasos portados por costaleros que balanceaban las figuras como si tuvieran vida propia. “¡Guapa!”. Rugía la muchedumbre, mientras alargaban a los niños para que tocaran los faldones y vieran más de cerca la sufrida palidez estática. Delante iban los militares, luego la banda de música con la marcha fúnebre. España siempre se ha caracterizado por el simbolismo de la espada y la cruz. Si no que se lo pregunten a Colón cuando llegó a América. Dos figuras que han marcado nuestra historia. Una España que llora y otra que combate. Una que desfila disfrazada con sambenito y capirote y otra que inclina la cabeza sobre el patíbulo de la indefensión y la culpa.

Este año de 2021 las cofradías, promotoras de lo religioso, no se resignan a la maldición bíblica (o no) de esta pandemia, y hicieron sus actos con discreción y se supone que con la misma fe. Para aquellos, artífices de lo profano, les sale gratis la ocasión. Podríamos decir que no hay mal que por bien no venga, pero dadas las circunstancias, con los fallecidos que llevamos, hubo que actualizar lo virtual, mantener la distancia, arriar las velas y dejar la singladura religiosa para una ocasión más propicia. Una Semana Santa que mezcla la pasión cristiana con la frustración pandémica. Las campanas y los palios quedaron sometidos a las restricciones gubernamentales. Los viajes y las casas de campo fueron espacios de segunda oportunidad. La economía, tan hábil para moverse entre los eventos y los consumos, fue decreciendo sin pausa no se sabe muy bien hasta cuándo.

Hay una lastimosa gestión internacional de las vacunas, como plegaria de ocasión urgente y salvadora de lo más esencial, que es la salud. Pero la economía, lo mismo que salva, ennegrece, y la especulación de los oportunistas, la pasividad de los mandatarios y los errores de los ineptos están demorando su aplicación en nuestro entorno geográfico. En Asturias hay un programa de vacunación hasta octubre. Parece un juego de los dardos esto de las vacunas. El Gobierno del Principado ha recibido veintinueve mil llamadas en un día para saber la fecha que le toca a cada uno, según LA NUEVA ESPAÑA. Es como la huida de los vencidos en busca de la libertad perdida, guardando cola para embarcar en la AstraZeneca hacia la inmunidad, si es que al final atraca con sus dosis en algún caladero europeo. Queramos o no, esto es un estado de guerra, porque está en juego la vida de la gente.

Si consideramos a España como país con profundo arraigo religioso, sobre todo en las regiones del sur y centro, sale doblemente perjudicada. Porque se hablaba de salvar la Semana Santa en beneficio de la economía patria, pero la prudencia indica que hay que preocuparse de la parte sanitaria antes del rezo. Tal parece que hubo una mano negra que quiso echar a pique este festival de fe y dinero que se repite en España cada primavera. Habría que preguntar a quién hay que cargar todos los muertos que se han producido y se siguen produciendo. Porque de la impunidad nace la desidia. Y en esas estamos.

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