El año que viene se celebra el cuarto centenario de la muerte del tapiego Méndez de Cancio, el introductor del maíz (meiz, como dicen en la zona) en Asturies y en España. Con tal motivo, el ayuntamiento del concejo ha puesto en marcha una “ruta del maíz”.
Cancio es uno de los verdaderos padres de la patria asturiana. Sin su cereal, nunca habríamos llegado a ser lo que somos. Su cultivo permitió un crecimiento exponencial de la población (“qué a los probes aldeanos ye lo que-yos fai la barba, si non ye con el maíz, de que hai tanta abundancia”, dice Fernández Cepeda en su Bayura d’Asturies), lo que, a su vez, trajo como consecuencias negativas el minifundismo que siguió a la partición de los fundos, la ocupación de nuevas tierras y la emigración a América, que se dispara en el siglo XVIII.
Asimismo, condicionó la arquitectura, buscando espacios para guardar el grano, siendo su más evidente efecto el de la proliferación de paneras y hórreos.
Al tapiego y al maíz les he dedicado un extenso poema que pinta el momento de la partida: Gonzalo Méndez de Cancio vuelve pa la patria.
La presencia del maíz se deja sentir ya en nuestro primer literato, Marirreguera, y, así, su Píramu y Tisbe comienza con la descripción del momento posterior a una esfoyaza. Este tipo de reuniones a fin de disponer las panojas para su conservación fue la más importante de las formas de relación comunitaria que el maíz impulsó. Durante ella se transmitían tradiciones, cuentos, cantares, consejas; se cortejaba; se relacionaban los vecinos, aprendían los niños.
Parte de nuestra gastronomía más peculiar tiene su base en el maíz: los tortos, les farrapes, la rapa, la boroña, la rosquía…
He dicho “cantares, cuantos y consejas”. También alguna malicia, como esta: “Alegraivos, muyerones, / que ta creciendo el maíz, / tráigovos una panoya / con pelos ena raíz”.
