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Manuel Gutiérrez Claverol

La obsoleta Enciclopedia Álvarez

Una obra que aleccionó a toda una generación

Seguramente inducido por un espíritu nostálgico me fui haciendo con los volúmenes de la enciclopedia con la que nos intentaron educar a los niños nacidos en la postguerra, sin relegar al socaire el impacto del catecismo del padre Astete, auténticos superventas. Consta de varios libros: “El Parvulito”, “Primer Grado” (para escolares de hasta 7 años de edad), “Segundo Grado” (de 7 a 12) y “Tercer Grado” (de 12 a 15), del autor Antonio Álvarez Pérez, impresos los primeros en Zamora entre 1954 y 1963, y el último un año después en Valladolid, todos con el “nihil obstat” del censor eclesiástico correspondiente y del “imprimátur” episcopal, o sea censura a tope.

Este era el material de estudio –“la Enciclopedia Álvarez” que se subtitulaba como intuitiva, sintética y práctica–, del que disponían los resilientes maestros como arma pedagógica y que seguramente se recuerda con añoranza propia de la infancia. El grosor del libro iba aumentando con la edad, si “El Parvulito” constaba de 116 páginas, el “Tercer Grado” alcanzaba las 635.

Este tipo de programación educativa se impuso tras la Guerra Civil propiciada por el Gobierno surgido del bando sublevado y vencedor, dirigida a inculcar sus valores. Solía comenzar con lecciones sobre religión católica o historia sagrada, siendo éste uno de los pilares en los que se apoyaba el nuevo régimen, y finalizaba con formación política, donde los textos se explayaban en soflamas franquistas, haciendo un insolente proselitismo de sus hazañas, llegando a calificar al golpe de estado “glorioso alzamiento nacional” o “cruzada”.

Lo que sorprende de esta cainita metodología académica es su acusado adoctrinamiento para imbuir determinadas ideas o creencias, sin aceptar la más mínima reflexión e impedir opinar sobre las cuestiones expuestas, rayando en lo ridículo de la estulticia humana.

Sirvan como hecho probatorio algunos ejemplos elocuentes: “El primer hombre no pudo recibir la vida de otro padre ni de otro hombre, porque, siendo el primero, antes de él no existían. Tampoco pudo recibir la vida de la ‘nada’, porque la ‘nada’ nada produce. Ni pudo recibirla de otro ser menos perfecto, puesto que nadie da lo que no tiene y, por eso, tenemos también que rechazar la idea de que los animales irracionales puedan ser principio de la vida del hombre racional. Tampoco pudo el primer hombre darse la vida a sí mismo, puesto que tal cosa sería obrar antes de existir; luego el primer hombre tuvo que recibir la vida de un Ser superior a él, y este Ser es Dios. Luego Dios existe” (“Segundo Grado”, pág. 9). Podríamos calificarlo de un silogismo con premisas insensatas de las que se infiere una conclusión sin sentido, ignorando, a modo de los negacionistas, la obra de Charles Darwin “El origen de las especies” publicada en 1859, es decir llevaba un siglo de vigencia.

En el apartado de historia de España sobresale la apología que se hace de Francisco Franco: “Desde las islas Canarias planeó el glorioso Alzamiento Nacional contra los enemigos de la Patria que ocupaban el Poder, y hoy es Jefe del Estado Español y Generalísimo de los ejércitos de Tierra, Mar y Aire. Niños españoles: ¡Viva Franco! ¡Arriba España! (“Segundo Grado”, pág. 387). No se olvida el corifeo de dedicar la lección 51 de “El Parvulito” a que los impúberes conozcan que “el día 18 de julio de 1936, Franco inició el Alzamiento Nacional y libró a España de sus enemigos” (pág. 109), añadiendo más tarde que “el 17 de julio de 1936 inició en África el Alzamiento Nacional, y el 1.º de octubre del mismo año sus compañeros de armas, reconociendo en él al estratega genial y al gobernante extraordinario, le nombraron Generalísimo de los Ejércitos y Jefe de Estado” (tercer grado, pág. 622). Se vilipendia todo lo que no es catolicismo, en especial la religión musulmana, expresando que “la Cruz luchó 800 años contra la Media Luna”, y tachando a Mahoma como “un árabe alucinado que se fingió enviado por Dios para predicar la doctrina verdadera” (“Segundo Grado”, pág. 346).

Asimismo, y no es una cuestión baladí, se establece una evidente educación separada por sexos, al enviar textos diferenciados a niñas y niños, ignorando una práctica formativa igualitaria en aulas mixtas independientemente de la raza, condición, religión o sexo.

A ellos se les enseñaba la letra de himnos y cantos nacionales (verbi gratia, el himno nacional, de la Falange, Tradicionalista, de la Legión, amén de canciones del Frente de Juventudes, etc.) y al referirse a la familia se les expone que “toda agrupación, para conseguir sus fines, necesita un jefe. El jefe de la familia es el padre. Como tal, trabaja y manda. Trabaja para dar ejemplo y procurar el bienestar de los demás miembros; manda, para que bajo su amorosa autoridad cada cual cumpla su misión: la madre administrando el hogar y los hijos preparándose para una vida moral y materialmente digna” (“Tercer Grado”, pág. 592).

A ellas se les explicaba la Falange como entidad para situar la Sección Femenina, el saludo nacional-sindicalista, algunos himnos como el “Cara al Sol”, o la importancia del heroísmo femenino “son muchísimas las mujeres que han derramado su sangre por amor a Cristo, y si ellas lo hicieron, también nosotras podemos hacerlo” (“Segundo Grado”, pág. 470). No pasaba desapercibido el lisonjeo con el que se trataba al nacional-sindicalismo: “a los fundadores del mismo y de la Falange, Ramiro de Ledesma, Onésimo Redondo y José Antonio, les corresponde, pues el mérito de haberlas puesto en marcha con fe ciega en el triunfo” (“Tercer Grado”, pág. 615).

De hecho, en España no se reconocería la igualdad curricular y la escuela mixta efectiva hasta 1970, pero aún existen escuelas tradicionales y religiosas que mantienen una educación diferenciada. En la actualidad, a pesar de estar inmersos en plena democracia, subsisten partidos –cuyo argumentario incluye elementos identificados como antifeministas y xenófobos– que propagan una especie de “educación a la carta”, exigiendo que se informe a los padres sobre cualquier disciplina, charla, taller o actividad complementaria que afecte a cuestiones tales como sexualidad, identidad de género, feminismo supremacista o la diversidad LGBT, ello en contra de una opinión mayoritaria que considera esta postura una especie de censura previa a las actividades escolares y que socava el derecho de los alumnos a ser educados en libertad.

Sería interesante conocer cómo reaccionarían los que hoy defienden el “pin parental” –convirtiéndolo en el epicentro de un encendido debate social– al cotejar los contenidos que se impartían en la época autárquica –con la que seguramente sintonizan algunos–. ¿Exigirían que se aplicara el “pin parental” o callarían para siempre? Difícil elección. ¿Eh?

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