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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Luis Fernández Valdés

Los versos de Ludi, un facilísimo versificador que emplea todo tipo de estrofas en la línea de la renovación de la poesía de comienzos del XX

Hace unas semanas, a propósito de unas propuestas un tanto nefelibáticas de la Politécnica de Madrid para el río Piles, les traía yo a la memoria unos versos de “Ludi” sobre el río, cuando esperaba “verlo abierto en canal”, esto es, canalizado en la zona de marismas que era su desembocadura.

Comerciante y publicista, su tienda, el San Luis, estaba al lado del Ayuntamiento, en la calle San Bernardo. Popular durante décadas en su Xixón natal, su memoria se prolongó a través de su “Un kilo de versos” (1915) y sus reediciones posteriores.

Luis Fernández Valdés es un facilísimo versificador (y nada malo), que utiliza todo tipo de metros y estrofas, en la línea de renovación de la poesía de comienzos del XX: los universales octosílabos conviven con dodecasílabos, hexasílabos o hexadecasílabos; el romance, con la cuarteta y la quintilla polimétricas; el soneto de versos endecasílabos con alguno de hexadecasílabos. En ese seguimiento de la moda del momento no falta la parodia de la misma, particularmente de los neologismos y las palabras sesquipedálicas del modernismo. El primer verso del soneto “Camelancia” (“Cifra hiparca de la filgas de hiogéticos trifones”) nos recuerda de inmediato aquel “que púberes canéforas te ofrenden el acanto” rubeniano, del que Lorca decía que solo entendía el “que”.

Junto con esa facilidad versificadora, no menos llamativa es su capacidad para hacer juegos de palabras o para crearlas, así como el tono humorístico y el ingenio que inundan todas sus creaciones.

La más famosa de todas es, sin duda, “Le castelo sangrienti”, donde en un italiano macarrónico desarrolla una tragedia amorosa llena de ingeniosidades. Así, a su llegada, el galán “a la paloma casti le hace con el ojo diestri la seña del as de basti”. Y, al final, el dueño del castillo, que ha matado a su hija y al galán, se suicida tirándose sobre un peñasco, donde queda “como un centolli sin casqui”. En “El vaso de leche (Narración histórica)” un viejo servidor, ausente por un viaje, encuentra la casa de sus amos vacía pues habían llevado presos a padre e hijos. Desesperado y sediento se sirve un vaso de leche de una jarra y no puede: “¿beber aquella leche? ¡Ca, imposible! / También estaba presa, ¡santo cielo!”. Falsas promesas acumula los piropos de un pretendiente recién llegado de Cuba con el ingenio y el humor, y, sobre todo, el ritmo: “Al fin vuelvo a verte, / Rosina del alma, / doncella divina, / mujer adorada; / ya pueden mis ojos mirarse en los tuyos / que son dos fogatas, / dos fogatas de llamas intensas / que queman, que abrasan / (Quiera Dios que la chica, de incendios / este asegurada.)”.

Otras veces son escenas xixonesas o asturianas lo que retrata: ferias, por ejemplo, las fiestas de La Felguera, los baños de “les del sábanu”, la visita de una actriz popular o un torero. O este momento en el teatro Jovellanos (“Una noche entre sombras”): a oscuras la sala, sobre el lienzo de la pantalla se van sucediendo escenas mudas cinematográficas. De pronto “un grito agudo que la sala aterra”. Murmullos, inquietud en los asientos, los guardias que acuden y una hembra que grita exaltada: “Usté a mi cambióme. / ¿Quién se creyó qu’era? / ¡Bah, bah col demonio / d’esti sinvergüenza… / Quítese, so golfo, / masuñe a su güela!”.

Ejercita con éxito y gracia la parodia de otros escritores. Así, la del “Al dos de mayo”, de Bernardo López García, con motivo de una epidemia de tifus: “Oigo, pueblo, tu aflicción, / y escucho el triste concierto / que forman tocando a muerto / Ramonín y Julianón. / Por tus calles, ¡oh, Gijón!, / y a través de tus balcones, / miro triste los millones / de cabezas funerarias, / rapadas y estrafalarias / con aspecto de melones.”. De la Danza Prima (“El Carmín de la Pola”): “viéronse juntas las manos / del burgués y la zagala, / la de los ojos oscuros, / los de los labios de grana, / la de los salvajes senos, / la de las caderas anchas […] al son de la danza prima, / al son de la prima danza”.

Y una mezcla de todo ello es este magnífico caligrama, donde se mezclan ironía, gracia, noticias del momento y creatividad:

¡OH, LA SIDRA!

(Trova de un curda)

Y terminemos con un detallín de memoria histórica: En 1938 apareció la esquela de Luis Fernández Valdés, “Ludi”, fusilado un año antes en plena Guerra Civil. “Vilmente asesinado por las hordas marxistas”, decía la necrológica.

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