Síguenos en redes sociales:

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Madrid, ¿y ahora qué?

Una reflexión tras unas elecciones de las que hay mucho que aprender

Cada vez tiene menos sentido celebrar la jornada de reflexión la víspera de las elecciones. Nos sobra. El voto está decidido desde mucho antes y nadie respeta la tregua previa al voto. Podría decirse incluso que sobra la campaña entera, más una campaña tan poco ejemplar como esta que hemos vivido en Madrid. Ahora, ya conocido el resultado, es cuando elegidos y electores necesitamos pararnos a reflexionar sobre unos días que han convertido la antaño conocida con el tópico de fiesta de la democracia, que nada ha tenido de festiva, ni de democrática.

Da igual quien haya ganado, porque en estas elecciones hemos perdido todos. Ha habido juego sucio. Se han producido altercados violentos contra determinados partidos, se ha utilizado la salud de los ciudadanos como arma arrojadiza, se ha puesto en cuestión la limpieza del voto por correo, se ha llegado a asegurar que si determinaba opción ganaba, nos esperaba un asalto al Capitolio, se han enviado y aireado amenazas de muerte a candidatos, se han distorsionado los comicios convirtiéndolos en plebiscitos personales… Algún día los politólogos estudiarán esta campaña y estas elecciones como ejemplo de lo que no debe ser un proceso democrático.

Para evitar que algo así se repita, a nuestros políticos, tan aficionados a los extremismos, deberíamos recordarles aquella cínica sentencia de Iosef Stalin, que seguro hubiera suscrito el mismísimo Adolf Hitler: “Basta con que el pueblo sepa que hubo una elección, los que emiten los votos no deciden nada; los que cuentan los votos lo deciden todo”.

La suerte ya está echada y, por fair play, toca felicitar al vencedor y consolar al perdedor. A nuestros políticos, si de verdad son tan demócratas como presumen, les toca pararse a pensar, hacer examen de conciencia y tomar buena nota de lo que les han dicho los electores. Cada voto ha servido para constituir mayorías, sí, pero cada voto encierra un mensaje. No se les cae de la boca el pueblo ha hablado, pero nadie se detiene a escuchar lo que el pueblo le ha dicho, no vaya a ser que no se ajuste a sus intereses particulares.

No cabe despreciar al votante contrario. Hemos oído hablar de votantes tabernarios y votantes perroflautas. De votantes fascistas y votantes comunistas. De votantes secuestrados y de votantes fanatizados. De que Madrid es de izquierdas o de derechas. Y no, no saquen conclusiones con mi voto. Mi voto es libre, no admite encasillamientos, y me niego a que sirva para justificar una presunta polarización de los madrileños, que no existe más que en su calenturienta imaginación. No saquen conclusiones de un voto que no pretende salvar al mundo, sino una administración local sensata y eficaz que nos solucione los gravísimos problemas que nos aguardan en los próximos años.

No se puede extrapolar el voto. Lo decía muy claro, con su habitual escepticismo, nuestro Gustavo Bueno: “En las elecciones el pueblo tiene la ilusión de ejercer el poder, pero no es así, claro, no hay voluntad general, ésa es una idea metafísica.”

Las urnas han hablado. Ya no hay más votos que rascar. Ahora entramos en una nueva fase. Es hora de olvidarnos de las hipérboles, de las torticeras y grandilocuentes referencias al comunismo, muerto con la caída del Muro en 1989, o el fascismo, muerto con los cadáveres colgados de Mussolini y Clara Petacci en una plaza de Milán. El hecho de que ni el comunismo acabara con el fascismo ni el fascismo acabara con el comunismo debería hacer reflexionar a quienes intentan resucitarlos. Lo de hoy –salvo pequeños resquicios– es socialdemocracia o neoliberalismo –más o menos ultra–, pero no juguemos con las palabras que nos podemos quemar.

Al nuevo gobierno de Madrid, y a su oposición, les corresponde limpiar las manchas de polarización con las que han intentado ensuciar la convivencia. Ayuso debe gobernar para todos los madrileños, no para los suyos, para todos: desde los de Vox hasta los de Podemos. Y la oposición debe tener los ojos bien abiertos para controlar férreamente a una líder con alarmantes tics populistas. Ya decía Borges que “hay que tener cuidado al elegir a los enemigos, porque uno termina pareciéndose a ellos”.

Ahora, por favor, que no nos pase como en Cataluña, que lleva ya diez semanas sin gobierno, Ahora, por favor, todos a por el enemigo común: la pandemia y sus consecuencias. Nada une tanto como un buen enemigo.

Esta es una noticia premium. Si eres suscriptor pincha aquí.

Si quieres continuar leyendo hazte suscriptor desde aquí y descubre nuestras tarifas.