La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Josefina Velasco

Nueve días de mayo

Historia entre ayer y hoy

Hay meses –y en lugares concretos más– que acumulan fechas en las que se superpone el pasado y el presente con frecuencia mayor que en otros; con el pasado sabemos más o menos qué aconteció; con el presente estamos algo perdidos, pues el discurso aún no ha terminado. Este mayo de 2021 viene «cargadito»; ya en sus inicios nos da cantidad de trabajo. Empieza, como siempre, por eso, por la fiesta del trabajo, Primero de Mayo, celebración del movimiento obrero mundial en recuerdo a los duros inicios de las reclamaciones de una jornada digna que provocaron la conocida como represión de los «Mártires de Chicago» (1886). Desde entonces mucho ganado y mucho pendiente.

El 2 de mayo, primer domingo, el Día de la madre es un familiar y popular invento, a medias entre comercial, emotivo y hasta religioso porque, recordemos, mayo es el mes florido de advocación mariana, la Madre de Dios. El 2 de mayo es la fiesta de Madrid que evoca la rebelión del pueblo contra una invasión sucedida en 1808 y considerada históricamente un hito patrio. Es uno de esos acontecimientos tenido como un punto de inflexión. Empezó entonces una guerra cruel y dura donde el pueblo se alzó en armas defendiendo un reino abandonado por su rey legítimo.

Pero además, esta vez hay un 4 de mayo en el que Madrid, comunidad autónoma, no solo Villa y Corte, celebra sus elecciones, sin resultado al escribir estas líneas porque en democracia solo es cierto lo que la gente decide con su voto al final. Las elecciones de Madrid son vistas en clave nacional como si renacieran rivales centro y periferia, junto a extremos ideológicos, en un momento aquejado por el difícilmente manejable «cansancio pandémico» que todo lo tiñe.

El 5 de mayo –que, aunque parezca que no, viene muy a cuento – se conmemoran los 200 años de la muerte del Gran Corso. Napoleón Bonaparte (1769-1821) falleció desterrado en la lejana isla de Santa Elena, en el Atlántico sur ¡tanto le temían pese a la derrota de Waterloo! Sigue siendo él un mito con entregados admiradores, como lo prueban las sustanciosas subastas de sus objetos personales. Y otra vez, entorno a su figura, el recuerdo de hechos se encuentra porque su ambición de conquista provocó en España la llamada «guerra de la Independencia», que tuvo como pistoletazo de salida el 2 de mayo madrileño; por cierto, aquel en el que el patriota «bando de los alcaldes de Móstoles» fue redactado por el asturiano Juan Pérez Villamil, alto cargo en la corte. Napoleón naufragó en España y su proyecto de una Europa continental bajo su bota se quebró unos años después, teniendo otro fiasco en la Rusia de los zares acorazada tras su invencible «general invierno». El imperio napoleónico fracasado tuvo a Gran Bretaña como «salvadora ocasional», porque la Isla, siempre ajena al continente, desembarca cuando desde el continente algo quiebra su aislada paz. Y hace “brexit” cuando le conviene.

Napoleón fue, a golpe de guerra, «el espíritu de Europa» como siglos atrás lo fuera Carlos de Gante. El caso es que sobre la derrota del plan bonapartista Europa entró en una dinámica de cambios impensables hasta entonces. El siglo XIX fue el de la «construcción de los Estados», de las soberanías nacionales por encima de las monarquías patrimoniales. Los sucesos madrileños del 2 de mayo «corrieron como la pólvora». En muchos lugares hubo manifiestos y proclamas contra el francés. En la marginal Asturias, tan mal comunicada, pero que en el XVIII dio a la monarquía tan buenos administradores, se produjeron disturbios contra el cónsul francés en el Gijón portuario apenas iniciado mayo. La noticia de la rebelión madrileña se conoció el 9 de mayo en la Vetusta capital donde se produjo una tremenda algarabía contra los cargos públicos que reclamaban respeto a las órdenes del gobierno impuesto por Napoleón, legal en clave dinástica al contar con la aquiescencia regia. Los que, alzando la voz patriota, proponían la rebelión del pueblo soberano contra el atropello invasor a punto estuvieron de provocar algún linchamiento. Aquel 9 de mayo de 1808, en el que las gentes del pueblo, desde la capital que concentraba todas las instituciones regionales, se opusieron a las órdenes recibidas en correo del general Murat, fue el desencadenante de un cambio radical, revolucionario, en la Junta General de Asturias, que ya decidió entonces establecer un plan y enviar comisionados a las provincias limítrofes; realmente aquello preparaba la revolución del 25 de mayo.

Carlos IV y su hijo sucesor Fernando VII, enzarzados en vergonzosas contiendas, incentivadas por la ambición del favorito Godoy, entregaron el reino al loado emperador de los franceses. Pero el pueblo, inculto y desarmado, se alzó en armas y puso en jaque al ejército vencedor de Europa. Como escribiría luego el sensato Jovellanos, cortejado por el vilipendiado José I, «no lidiamos, como pretendéis, por la Inquisición, ni por soñadas preocupaciones, ni por el interés de los grandes de España; lidiamos por los preciosos derechos de nuestro Rey, nuestra Religión, nuestra Constitución y nuestra Independencia».

El pueblo se autoorganizó. Se formaron Juntas Provinciales que reclamaron para sí la legitimidad que negaban al opresor y la soberanía nacional, en tanto el «deseado Fernando VII» (que no respondió a su apodo) permaneciera cautivo. En Asturias, la preexistencia de la vieja e histórica Junta General y la coincidencia en ella de elementos muy activos, de formación intelectual sólida (García del Busto, Llano Ponte, el marqués de Santa Cruz, Toreno, Gregorio Jove; después Flórez Estrada, el vizconde de Matarrosa, De la Vega Infanzón, el conde de Agüera…) hizo que la transformación en Junta Suprema reclamando para sí la soberanía se adelantara a otras. El mes de mayo de 1808 fue frenético desde sus inicios en todo el reino; germen de una revolución liberal, dentro de la guerra, que traería la primera Constitución Española, la Pepa de 1812. A partir de ahí se abrió el siglo de la formación de un Estado, difícil, quebrado, con guerras civiles y coloniales, con tanta historia cruzada que casi por ello fue pasado por alto en muchos planes de estudio, que preferían las gestas medievales o las loas imperiales de la dorada edad moderna. Pero fue el siglo XIX el que nos hizo lo que somos para bien y para mal.

Más allá de nosotros, mucho después, la Europa que no pudo ser con Carlomagno, Carlos V o Napoleón, lo fue tras los desastres terribles de las dos guerras mundiales del siglo XX. Con la segunda, tan destructora, el mundo se revolvería y la Europa, al oeste del «telón de acero», en un tiempo de «guerra fría» puso las bases para acordar no volver a matarse. Y, casualidades de la Historia, fue un 9 de mayo, pero de 1950, cuando se comenzó a construir la hoy Unión Europea, entonces solo económica, con la famosa «declaración de Schuman». La UE, que cada año celebra su día el 9 de mayo, está hoy en «crisis vírica», un tanto perdida como todos en esta tesitura tan alocada. Pero, como el virus se irá y Europa quedará, habrá que rehacerla porque el proyecto, pese a los desafectos, merece la pena. Esperemos que con el fin del estado de alarma nacional previsto (¡otra coincidencia!) para este 9 de mayo, según reiterado anuncio gubernamental, dejen de preocuparnos las olas pandémicas y nos aprestemos a reparar los muchos puentes quebrados en el último y aciago año largo.

[Conde de Toreno. Historia del levantamiento, guerra y revolución de España. Edición de Joaquín Varela Suanzes-Carpegna. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2008 (acceso libre); Ramón Álvarez Valdés. Memorias del levantamiento de Asturias en el año 1808. Estudio biográfico Josefina Velasco. Oviedo: Junta General del Principado de Asturias, 2009, 2 v.]

Compartir el artículo

stats