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Eduardo Viñuela

Crítica / Música

Eduardo Viñuela

Rozalén, talento, versatilidad y carácter

La artista manchega conquista al público en el primer gran concierto del verano gijonés

Rozalén es una apuesta segura; una artista que se ha construido desde abajo, a base de sumar discos, de subirse a los escenarios y de componer temas que miles de personas de toda edad y condición han adoptado como propios. Y es que esta manchega sabe cómo conectar con la realidad del momento, con la cotidianidad y las vivencias de jóvenes y adultos, conquistando un público intergeneracional que convierte sus conciertos en rituales en los que hay tiempo y espacio para todo tipo de emociones, desde la tristeza a la desaforada alegría. Así lo vivieron los centenares de seguidores que el viernes se dieron cita en la plaza de toros para disfrutar del primer gran concierto estival y hacer vibrar el recinto hasta la medianoche.

Rozalén salió al escenario con paso firme y puso toda la contundencia para marcar el sonido de “Este tren”. Una banda nutrida de efectivos arrancó las primeras palmas nada más empezar el tema inundando de sonido el Bibio, y el característico timbre de la cantante se impuso con determinación sobre la arquitectura instrumental. Porque aquí reside uno de los rasgos más distintivos de la manchega, esa voz grave que sube sin inmutarse a los agudos, aparentemente ronca pero que nunca se quiebra, un chorro con una fuerza que no precisa coros para proyectar y que es capaz de expresar con ternura y con rabia porque sabe atacar, modular y acabar las frases dando forma e imprimiendo sentimiento a cada verso. Puro carácter y talento para construir canciones con mimo, atendiendo a esos detalles que las convierten en himnos y que interpelan a cualquiera.

Esta artista comunica con sus composiciones, y es capaz de ponerle voz al drama de la migración (”La línea”) o al de nuestra guerra civil (”Justo”) sin enfadar a nadie. Canta a Silvio (”La maza”), recita a Miguel Hernández y a Cristina Pérez Rossi y emociona con ese “Aves enjauladas” que parece hablar del reciente confinamiento. Pero, además, todo esto va sucediendo en un viaje que también es musical y que nos lleva a distintas latitudes: al folklore hispano con el cajón, el pandero y las hemiolias de “Mar en el trigal”, a México con los aires mariachis de “Amiga”, a Colombia con la cumbia de “Que no, que no” y a todo el territorio y la diáspora latina con la salsa de “El día que yo me muera”.

Rozalén se amolda a todo con facilidad, es capaz de pasar del drama a la alegría en pocos minutos, de conmover a su público y ponerlo a bailar (incluso sin levantarse de la silla). No es casualidad que haya colaborado con tal cantidad y variedad de artistas; eso es versatilidad y generosidad, y la manchega lo acompaña de humildad para reconocer y agradecer desde el escenario a todos y cada uno de los miembros de su equipo y, por supuesto, al público, que se fue a casa satisfecho, aunque con ganas de bailar. Esperemos que su próximo concierto no tengamos que vivirlo pegados a la silla.

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