La historia dibuja en ocasiones círculos virtuosos que le muestran, en tono irónico, la lengua al pasado, para carcajearse de sus viejas cuitas. Quién le iba a contar a Asturias cuando a principios de los años ochenta del pasado siglo la bestial reconversión del sector naval llevó a astillas el futuro de los astilleros que cuatro décadas después iba a rejuvenecer de manera inesperada la construcción de barcos. Y que iba a conseguir ese hito de la mano de la inopinada pujanza de unas pequeñas empresas que con talentoso esfuerzo atraen el interés de destacados armadores internacionales. Armón y Gondán conforman la muestra más evidente de la Asturias que funciona, la que lleva sus expectativas a buen puerto. Con mayor mérito aún si se tiene en cuenta que se trata de empresas familiares que tuvieron su origen en la carpintería de ribera tradicional en el occidente de la región.
Cuando el hundimiento del naval se llevó al dique seco varios miles de empleos en Gijón, dejando las viejas grúas de El Natahoyo en pie como muestras perennes de arqueología industrial, pocos podían aventurar que al cabo de los años, en medio de otra crisis económica y sanitaria a la vez, su único astillero en ejercicio iba a botar un buque asombroso, el petrolero “Blue Eagle”, por encargo de los empresarios mexicanos Reynoso, propietarios de Durandco. Se trata de un ingenio flotante “made in Asturias” de más de diez mil toneladas de peso cuya construcción requirió de 4.612 toneladas de acero, 45.000 metros de tubería y 375 kilómetros de cableado eléctrico. Y su mejor obra: generó dos mil empleos, entre directos e indirectos.
La felicidad sería completa si algún día, aunque sea lejano, la “Semana negra” se ve obligada a levantar los bártulos de su actual emplazamiento porque retorna el trabajo a los terrenos ahora baldíos de Naval Gijón. Aunque se trate de un sueño inalcanzable.
