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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Poder impotente

“No es cosa nuestra” o “no podemos hacer nada”, el peligroso mantra de la clase política

La singular Manuela Carmena, exalcaldesa de Madrid, decía hace unos días que le “desazona muchísimo la impotencia que está demostrando el Gobierno”. No cabe explicar con mayor precisión una sensación que cada vez indigna más al ciudadano. Las palabras de Carmena tienen mucho mérito viniendo de una política, y más siendo de izquierdas como el Gobierno del que habla.

Durante los últimos meses, las excusas cada vez son más frecuentes por parte de muchos de los miembros del Gobierno. ¿El astronómico precio de la luz? Tenemos las manos atadas, dependemos de Bruselas, de la desastrosa política energética del PP, de las grandes compañías de electricidad, del cambio climático, de una fórmula incomprensible para las víctimas que pagan el megavatio a precio de artículo de súper lujo.

Lo mismo ocurre con otros muchos asuntos. ¿Lo de Afganistán? Hacemos lo que podemos, dependemos de las decisiones de Estados Unidos, de Bruselas, tenemos el handicap de carecer de un Ejército europeo propio para defendernos de los enemigos de Occidente.

El fenómeno también se produce, incluso más gráficamente, a nivel del Principado. ¿Lo del AVE? Uf. Hemos pinchado en hueso. Los errores de administraciones anteriores, la naturaleza salvaje que no nos deja hacer túneles como Dios manda, unos ingenieros que se equivocaron hace siglos en sus cálculos sobre la permeabilidad de ciertos minerales… ¿Lo del abusivo peaje del Huerna? Desde luego, no es cosa de este gobierno, sino de otro que hubo cuando la mayoría de nosotros no habíamos nacido, que llegó a un acuerdo que nos tiene atadas las manos durante siglos y nos condena ad aeternum a ser los españoles que más pagamos por el peaje. ¿Lo del virus? Eso es culpa de las autonomías que no gestionan bien la vacuna, del Gobierno que las reparte mal y, sobre todo, de Ayuso, convertida en el demonio colorado.

Comprendo que todas estas excusas deben de ser ciertas. Pobres políticos, lo que tienen que sufrir. Pero concédanme que la lamentación como herramienta política queda fatal. Da una imagen de inseguridad, de inutilidad, de incapacidad, de bisoñez, que no me extraña que Carmena esté desazonada.

Tanta excusa, tanto echar balones fuera recuerda cada vez más a una administración esclerotizada, anclada en el XIX, en la impotencia. Recuerda a la España secuestrada por la burocracia del vuelva usted mañana de Larra.

Un político, si me permiten la osadía del consejo, ha de ser, o por lo menos parecer, una persona capaz de resolverlo todo, un MacGiver al que nada se le hace imposible, un echado para adelante, una referencia en la que confiar, alguien que no ve problemas, sino soluciones. Al político de hoy le pasa un poco lo que al padre de hoy. Quiere ser colega de sus hijos, confesarse con ellos, reconocer abiertamente sus debilidades, compartir confidencias. Ir de guays. En fin, dejar de ser padres. Pero cuidado, si los ciudadanos descubren que sus políticos son impotentes no dudarán en buscarse otros. Next, utilizando el lenguaje de la calle.

Es tal la impotencia de algunos políticos, que aún formando parte del gobierno, critican al propio gabinete del que forman parte ante la imposibilidad de culpar a alguien más.

No es infrecuente tampoco que los políticos busquen entes abstractos a los que culpabilizar de su impotencia. Los poderosos, los poderes fácticos, el Ibex 35, Silicon Valley, la idiosincrasia del país, etc.

Lo que ya resulta imperdonable es cuando el político hace recaer toda la responsabilidad sobre el sufrido los hombros del sufrido ciudadano, al que culpa de todo. Del precio de la luz, a los consumidores por no poner la lavadora de madrugada. De la extensión del virus, a los jóvenes que hacen botellón. De los problemas de Madrid, a los irresponsables votantes de Ayuso. Y de los de España a los inconscientes votantes de Sánchez.

La función de los políticos es, como la de los ingenieros, solucionar problemas. Echando balones fuera, culpando al contrario, o manifestando su incapacidad lo que hacen es crear aún más problemas. A ver si va a resultar cierta la broma de Groucho Marx, cuando sentenció aquello de que “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.

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