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Javier Cuervo

La defensa y promoción de la vía santa

Javier Cuervo

Un peregrino en el Oviedo del siglo IX

La exposición convierte al visitante en extranjero de la capital de Alfonso II, que estaba en el mapa de la Edad Media, y su recorrido riguroso y ameno ordena el origen del Camino

Visitantes ayer en la muestra “Camino Primitivo. Oviedo”, que hoy abre sus puertas de 11.00 a 14.00 y de 16.00 a 21.00 horas. | Irma Collín

Cuando el mundo era pequeño y plano, Oviedo estaba en el mapa y, en una maniobra política brillante y multiusos, se extendió hasta un confín donde la tierra acababa. Eso fue el camino que partió desde la corte de Alfonso II, aquí mismo, hasta un sitio que habría de llamarse Santiago de Compostela y hacerse ciudad a partir de la trola de que allí estaba enterrado un discípulo directo de Cristo.

Los caminos están entre las creaciones más persistentes de la Humanidad porque la Historia es el relato del tránsito armado de la especie que escribe. Desde el siglo IX, el camino siempre estuvo ahí, pero el del siglo XXI echó a andar en el Xacobeo 93 y salió del encuentro de dos rotundos personajes de finales del XX: Juan Pablo II, Papa de Roma, y Manuel Fraga, presidente de la Xunta de Galicia.

Los noventa fueron años festeros y pomposos en los que los eventos dejaron de ser eventuales para convertirse en acciones muy preparadas.

En 1992 gobernaba Felipe González y se organizaron en España unos Juegos Olímpicos (Barcelona 92) y una exposición Universal (Expo de Sevilla 92). En nombre del progreso, Barcelona tuvo un aeropuerto nuevo y Sevilla, un AVE desde Madrid. Al cerrar la Expo, cuando Felipe González declaró el estado de crisis económica, Barcelona y Sevilla estaban en el mapa como nunca antes.

En 1993, en nombre del regreso, el Xacobeo contrapuso a la alta velocidad ferroviaria y al vuelo aeronáutico los cinco kilómetros por hora del paso humano. Frente al viajero de la maleta y la bolsa de mano, el peregrino con la mochila y la concha. Esa fue la aportación, viva y creciente, del polaco apodado el “atleta de Dios” y del gallego que fue el bañista de los americanos en Palomares. El vicediós en la Tierra y el creador del turismo en España dieron un giro de ocio al camino religioso y pincharon una chincheta en el mapamundi sobre Santiago.

La idea peregrina ya no necesita conciertos de Bruce Springsteen para echar gente al camino porque el siglo XXI es el momento de mayor movilidad privada, pública, individual y colectiva de la Historia (en crucero o en patera, a pie huyendo de la guerra o en avión buscando trabajo o por tierra, mar y aire en turismo)... al menos hasta la suspensión del coronavirus en el ambiente.

En un Occidente en el que la fe no mueve montañas se mueven más montañeros, caminantes y peregrinos. En puridad, el peregrino va impulsado por la religión y se vuelve extranjero por la etimología (“per agrare”, ir a los campos). En su más humilde ortodoxia, el Camino lleva de calle cualquier oferta turística “low cost” y los mochileros de Dios tienen su prestigio pero, a estas alturas, cada uno tiene un motivo para calzarse las botas: por la oferta católica de la indulgencia plenaria que ofrece Santiago (un lavado en seco del alma); por la espiritualidad que ve en Compostela un Katmandú cercano; por la psicología mindfulness que vive la plena atención del andar; por la tautología peregrina de los que quieren cambiar y andan porque “el camino te cambia”; por la vanidad de lo que se sube a Instagram, por el reto deportivo en bicicleta, en moto o en quad o porque tanto esfuerzo acaba en mariscada, esta experiencia peripatética –que a nadie ofende pero levanta ampollas– es un éxito.

Lo que quiere Oviedo, el origen, es dar a conocer su lugar en esta historia que lleva en el espacio hasta Aquisgrán (Colonia, Alemania) y en el tiempo a Carlomagno y que relata una relación política cercana en un mundo alejado.

–Alfonso, casto.

–Carlinos, grande.

Está bien que se ande el Camino Primitivo, el que pasa por Asturias, para una región que pasó de picar carbón a dar de picar, de dar empleo en factorías a dar habitación en casas rurales. El camino ahora es un camino de mesa, de mesa y mantel, carretera y manta, en el que son bienvenidos a cenar los caminantes recién duchados y a comer los que sufren el camino para gozar las posadas.

La exposición “Camino Primitivo. Oviedo” de LA NUEVA ESPAÑA cuenta con rigor científico y montaje ameno ese origen, cuando el mundo era pequeño y plano y Oviedo estaba en el mapa merced al casto Alfonso y al gran Carlos, once siglos antes del atleta Karol y del cabezudo Manolo.

La sala de exposiciones del periódico es un espacio y un recorrido que convierten al visitante en un peregrino en el tiempo, en el extranjero de un Oviedo del siglo IX, y esto se disfruta y entiende como nunca en la maqueta que lo reproduce con toda la precisión que permiten los conocimientos sobre el Medievo, en los que no en todo hay acuerdo entre los historiadores.

Hay mucho juego en esa maqueta de una ciudad pequeña que estaba en el mundo comparándola mentalmente con la mucho mayor actual que quiere estar en el Camino. Esa maqueta rompe las proporciones mentales contemporáneas cuando se compara con la escala de la Edad Media.

Históricamente, hay motivos para ser grandón con aquel Oviedo pequeño y se cuentan en paneles que se pueden leer con la prisa de los titulares, con la atención de las entradillas periodísticas y con la profundidad escueta de los cuerpos de texto. También se pueden oír mediante podcast gracias a los códigos QR (un código electrónico, nada medieval). Para ver y vivir están los objetos, libros, ilustraciones, fotografías y ambientaciones que teatralizan espacios medievales y los efectos luminosos y audiovisuales que evocan la magia y el misterio de la gran edad de la superstición.

Al paso, como un peregrino, con la mirada en el entorno y en el cielo, se ordena y entiende de dónde venimos, por qué vamos a Santiago y por qué tiene mucho sentido que los que hagan el Camino pasen por Asturias por muchas más razones que el paisaje ameno, el camino abrupto, algo más de humedad, el cachopo y les fabes.

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