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Julio Vaquero Iglesias

La dictadura de Daniel Ortega

Las últimas elecciones en Nicaragua

Algunos consideran que es peor –o por lo menos más contradictoria– una dictadura de izquierdas que una de derechas. Entre otras razones porque la de derechas está dentro del orden de lo que es consecuente con su virtualidad: los poderosos protegen sus intereses de clase con un poder sin ley ni democracia. La dictadura de izquierdas en cambio hace lo contrario de lo que predica (al menos teórica o ideológicamente): alcanzar (dejando al margen la tan cacareada dictadura del proletariado) la igualdad de todos los ciudadanos velando (o eso al menos eso mantiene), sobre todo, por los más pobres y débiles. Pero si para ello, como es el caso, tiene que eliminar su libertad tal dictadura entra en contradicción con sus declarados e ideológicos objetivos.

Esta reflexión introductoria viene a cuento con motivo de la dictadura que Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, mantienen en Nicaragua. Ese país (el más pobre de América Latina después de Haití) que, como también fue el caso de Cuba, tanto apoyo y esperanza suscitaron entre las izquierdas occidentales en su lucha contra el dictador Somoza. Daniel Ortega fue uno de los ocho comandantes que lideraron el enfrentamiento en el marco del FSLN contra el somocismo y el que ahora le ha sustituido como dictador con ínfulas, incluso, de superarlo.

Tras perder las elecciones con Violeta Chamorro, Ortega optó por el juego sucio electoral ocupando el poder durante cuatro periodos consecutivos convirtiendo Nicaragua en una dictadura que en nada desmerecía los métodos violentos utilizados por la dictadura de Somoza como demostró con la represión que empleó para poner fin al alzamiento popular de 2018 que supuso varios cientos de nicaragüenses asesinados, ciento veinte mil exiliados, doscientos detenidos y la constitución de un Gobierno con ínfulas de paritario y el nombramiento de su mujer como copresidenta de Nicaragua consolidándose en el poder desde 2007.

Las elecciones celebradas este pasado domingo no pasarían ningún filtro de validez democrática. Ha encarcelado en la cárcel de Chipote a todos los políticos que podrían hacerle sombra en las elecciones. Allí están encerrados entre ciento treinta y ciento cincuenta políticos opositores, entre ellos cuatro candidatos presidenciales y otros muchos ante el régimen de terror establecido por su dictadura han tenido que exiliarse al correr peligro sus vidas de continuar en el país, entre ellos el escritor Sergio Ramírez. Para el control electoral Ortega y su mujer han utilizado una granja de troles, de tal manera que en internet sólo predominan los mensajes de propaganda que benefician a su dictadura. Se habla de 937 cuentas falsas que sólo cuentan las alabanzas de su gobierno y que están operando desde 2018. Canales de propaganda que parece ser fueron puestos en marcha por la dictadora consorte Rosario Murillo.

En tal ambiente de represión de la oposición las elecciones celebradas el pasado domingo han dado un triunfo electoral falsificado al régimen de Ortega, que estará en el poder durante el siguiente quinquenio. Los resultados de las elecciones han dado alrededor del 70 % de los votos para el régimen dictatorial y se han llevado a cabo, como cabía de esperar, con una baja participación de la población: el 18,5% de votantes. Y la validez de tal escrutinio sólo ha sido aceptada por Rusia, Venezuela, Cuba y Bolivia. El resto de países latinoamericanos, la Unión Europea, Estados Unidos y otros estados occidentales han negado la validez a un escrutinio manipulado, sin condiciones objetivas de limpieza e imparcialidad.

El régimen de Ortega en Nicaragua parece ser que ni siquiera tiene el apoyo del gran capital como lo tuvo al principio y lo más paradójico es que un sector de la Iglesia nicaragüense, que tanto apoyó la lucha contra Somoza, se ha opuesto también a ella. Pero el obispo auxiliar de Managua, monseñor Silvio José Báez, que ha sido el líder de esa oposición, fue desautorizado por el Papa Francisco y llamado a Roma, donde reside en la actualidad.

Desgraciadamente, otra dictadura más latinoamericana (aunque ésta se presente con un oscuro futuro) que se suma a la incontable serie de ellas que ha padecido la región a lo largo de su historia. Tantas que hasta han dado origen a un subgénero específico de su literatura: la literatura de los dictadores que prácticamente comenzó con aquella magnífica novela de Miguel Ángel Asturias que fue decisiva para que alcanzara el Premio Nobel de Literatura: “El señor Presidente”.

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