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Josefina Velasco

…Y al final llegó diciembre

De la Constitución a Santa Lucía

De algún modo todos sucumbimos a la tiranía de las efemérides y ellas, tan contundentes, dejan a veces desprovistos de vitalidad los momentos inmediatos que las precedieron y sucedieron y que, vistos en la distancia, dan la auténtica dimensión de lo que las fechas emblemáticas representan. Diciembre, que no es el décimo, sino el último, duodécimo mes del año, pero se mantiene fiel al nombre latino recibido, está tan plagado de fiestas que solo él concentra la mayoría; es lo que tiene ser el postrero. Como además es el mes más oscuro del año en lo astronómico, en el poblado hemisferio norte resulta ser el más iluminado, cantado, animado y derrochador.

…Y al final llegó diciembre

Hay en diciembre fiestas políticas, otras de tradiciones ancestrales, celestes y religiosas. Entre las muchas festividades señaladas que trae, los primeros días (para los siguientes tiempo habrá) se asiste con más o menos fervor patrio a la conmemoración del aniversario de la Constitución Española, la ley de leyes. Quiso la Historia, imperturbable ella, que fuera un 6 de diciembre de hace 43 años cuando los españoles (el 87% de votantes; un 59% del censo electoral) decidieran aprobar una Constitución que venía a ser el acta final de una dictadura larga, heredera de una guerra cruel. Había costado hacerla más de un año de negociaciones duras y concesiones necesarias, pero ahí estaba. Era la octava constitución desde la pionera Pepa de 1812.

El Día de la Constitución, que muchos quisieron convertir en fiesta nacional, ha quedado un poco desvaído desde hace algún tiempo. Sirve, si está bien colocado en el calendario, para hacer una escapada, aprovechando que, creyentes o no, nos apuntamos además a la Inmaculada, el 8, que sucede a aquella y con un poco de suerte la semana deviene en un largo acueducto. Si a ello unimos que en estos primeros días del mes que cierra el año las luces y mercadillos navideños son un reclamo más para el viajero y el local, las calles de las ciudades se llenan de público con ánimo festero, se programan actos de todo tipo y se celebran comidas y cenas, el principio del mes último no puede ser más radiante.

Los cumpleaños sirven, cuando ya son muchos, para echar la vista atrás y hacer balance de para qué sirvió el pasado o por qué las cosas fueron como fueron. Hace más de cuatro décadas los diarios saludaron con optimismo aquella hechura constitucional que había sido fruto de acuerdos en los que todos los intervinientes se dejaron, generosos, algo. Triunfó la opción de la monarquía parlamentaria sobre las reclamaciones republicanas, pero no hubo temas intocables, pese a que sí hubo asuntos espinosos como las nacionalidades, las lenguas, el pacto foral y la cuestión catalana. Para Luis Gómez Llorente “la crónica de la elaboración de la Constitución es la crónica del acuerdo… aunque tuviera en su seno el conflicto que habrá de seguir gestionándose con inteligencia”. Aquel día del referéndum fue miércoles, los trabajadores dispusieron de cuatro horas para votar y llovía sobre Madrid. Fue un hecho de un año en el que la OMS había declarado erradicada la viruela, Carmen Conde se convirtió en la primera mujer en tener sillón en la Real Academia Española y la ONU condenaba el régimen de Pinochet, por citar tres temas puntuales… Había también noticias negativas, pero la prensa nacional saludó los días siguientes el resultado del referéndum con esperanzado y moderado optimismo: “sí abrumador, con una sensible abstención”; “tiempo de esperanza”; “España dijo sí”; “la opinión mundial juzga positivamente el referéndum”; “decisivo para acabar con el franquismo”; “el Rey sancionará solemnemente la Constitución el día 26”… Se ponían en marcha además los estatutos de autonomía: «los nacionalistas vascos satisfechos con su estatuto»… No todo era bueno. Había atentados terroristas; el Sahara era un hervidero; en Irán avanzaba la rebelión contra el Sha que traería un nuevo estado teocrático; en Israel fallecía la emblemática dirigente Golda Meir. Eran problemas y conflictos pero España estaba resolviendo muchos de los suyos enquistados y veía el futuro con alegría.

El texto constitucional refrendado entonces todavía no gana en vejez al que fue más longevo, la Constitución de 1876, aunque hay peticiones por reformarlo desde hace ya tiempo. La realidad va muy deprisa y siempre hay motivos para adaptar las leyes, pero tal vez sea aún necesario repetir lo que el gran constitucionalista Francisco Tomás y Valiente, asesinado sin razón en 1996, decía con toda la razón que “para reformar la Constitución hará falta juntar en la clase política todas las cualidades de consenso, acuerdo, pacto, debate, compromiso, razón y tolerancia”.

Son estas primeras semanas de diciembre tiempo de sincretismo entre lo laico y político y lo religioso de un país que, “católico cultural”, cumple ritos de viejo arraigo, anteriores a las propias creencias y, aunque no todos se identifiquen con su significado, si lo hacen con su lúdico holgar. Situados en el tiempo litúrgico de adviento, antesala de la Navidad, cae por aquí la Inmaculada y también Santa Lucía. La Santa Luminosa, venerada por ortodoxos, católicos y luteranos, tiene su día el 13 de diciembre. Es realmente heredera de las fiestas paganas y rurales del solsticio de invierno, del día más corto y la noche más larga, esa que marcaba el punto de inflexión a partir del cual los días volverían a crecer. Pero la Historia del Tiempo la dejó fuera del astronómico acontecimiento cuando se cambió el calendario juliano por el gregoriano y, para compensar el desfase secular, se le hurtaron 10 días al diciembre de 1582. A pesar de no ser cierto a la santa martirizada se le sigue adjudicando eso de que “por Santa Lucía la noche es más larga y más breve el día”. En los países nórdicos que padecen más que nadie la negrura invernal es una santa muy loada de conjuros, con velas encendidas que vaticinan pronto el renacer de la vida –de ahí el nacimiento– y de paso la iluminación de la inteligencia precisa para no equivocarse en los asuntos importantes. Si en lo meteorológico, como recuerda el refranero, diciembre es mes de hielo y nieve y no hay valiente que no tiemble, nada para al humano ser, inasequible al desaliento, para disfrutar del mes que más invita a hacer como la tierra que en diciembre duerme.

[Esteban Llagostera. “La medición del tiempo en la Antigüedad”. Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Historia Antigua, (acceso libre); Una mirada valiente: homenaje a Francisco Tomás y Valiente. Madrid: ediciones Polifemo, 2016]

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