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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

La era de la incertidumbre

El rebrote de la pandemia aboca al desconcierto y la impotencia ante un enemigo que nos supera

No sabemos lo que va a pasar mañana. Vivimos en ascuas. El virus nos ha puesto contra las cuerdas. A todos. Al Gobierno y a los ciudadanos. Cualquiera diría que la pandemia nos está sometiendo a un test de estrés. Cuando estábamos convencidos de aquella bravata de Sánchez –“¡Hemos vencido al virus!”–, cuando nos creíamos seguros de nuevo en la normalidad, cuando ya casi nos sentíamos inmunes, tenemos el ómicron metido en casa.

Ya no son solo los amigos y familiares que van cayendo a nuestro alrededor. Ya no son solo los insolidarios antivacunas. Ya no solo los imprudentes que llevan la mascarilla por debajo de la nariz y no se lavan las manos. Ahora, y también de forma muy sintomática y alarmante para todos, han caído hasta el propio presidente del Principado y la líder de la oposición, como si su función de representarnos a todos fuera llevada hasta el extremo.

Una vez más, cómo no, las redes se han llenado de mensajes creando una sensación de que la realidad es aún más grave de lo que ya es. Se multiplican mensajes como este, acompañados de la foto de un test que no es el del embarazo, aunque se le parezca. “Bueno, confirmado. Tengo covid. Ha salido la rayita nada más hacérmelo”. La proliferación es mayor, pero por fortuna la gravedad es menor que en meses pasados, cuando quien se contagiaba no estaba en condiciones de proclamarlo a los cuatro vientos. En cualquier caso, es tanto el desasosiego que ha llevado a respuestas como ésta: “A ver una cosa, necesitaría por favor que dejarais de contagiaros todos de repente, muchas gracias, un beso”.

Echando la vista atrás, no se recuerda una era de incertidumbre como esta. Quizá la última vez que nuestra generación no supo lo que iba a pasar mañana, en la política nacional, fue la muerte de Franco y los convulsos años posteriores hasta que la democracia quedó restablecida. Y en la internacional, la guerra fría cuando el mundo estaba convencido de que un masivo ataque nuclear acabaría con la civilización tal y como lo conocíamos.

La pasada semana, un muy interesante artículo de “The Economist “lo resumía a la perfección en un titular: “La nueva normalidad ya está aquí. Acostúmbrese a ella”. El autor explicaba que, “a medida que se acerca el 2022, es hora de enfrentar la imprevisibilidad predecible del mundo”. Y se mostraba así de pesimista respecto al futuro: “El patrón para el resto de la década de 2020 no es la rutina de los años anteriores al covid, sino la confusión y el desconcierto de la era de la pandemia”.

El síndrome de la incertidumbre ya está aquí. Llevamos semanas planificando y desplanificando las Navidades. ¿Podremos celebrar las comidas de empresa? ¿Podremos viajar? ¿Podremos reunir a toda la familia en casa? ¿Podremos sumergirnos en las grandes zonas comerciales para hacer las compras? Y, mientras, no pensamos en otra cosa, porque no se pueden hacer planes a largo plazo. Toda una lección para nuestra soberbia fruto de tantos años convencidos de que, como reyes del universo, teníamos nuestra vida bajo control. Dando vueltas a todo esto, el tiempo se nos ha echado encima y la casa sin barrer. Mañana es Nochebuena y pasado Navidad. Habrá que ir haciendo planes para Nochevieja. Preparar la tradicional lista de buenos propósitos para el próximo año se ha convertido en una misión imposible.

Nos ocurre como al personaje del relato “Ami Foster”, de Joseph Conrad: “Aquel pobre náufrago era como un hombre trasplantado a otro planeta, separado de su pasado por una inmensa distancia y de su futuro por su inmensa ignorancia”.

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