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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Rebaño sin pastor

La transformación de la pandemia en endemia no significa que hayamos acabado con el virus

Era un clásico hace años que cuando un niño enfermaba de sarampión o varicela, la madre encerraba a todos sus hijos –y algún primo si pasaba por allí– en una habitación. Todos juntos, tanto sanos como enfermos. Así, se contagiaba toda la prole y se pasaba el trance de una vez. La casa se convertía en un hospital de campaña y en una semana la madre, siempre la madre, solucionaba el problema sanitario familiar al grito de “más vale una vez colorado que ciento amarillo.”

Me he acordado de aquello al ver cómo aumentan los casos de covid a una velocidad endemoniada, multiplicándose prácticamente por dos cada día que pasa. Y también al ver que el Estado de Israel, no siempre delicado en sus medidas como tampoco lo son las madres, se está planteando lo que se ha dado en llamar “el modelo de contagio masivo”. Algunos científicos creen que es la única manera de enfrentarse al virus.

Circula por ahí un chiste que describe bien la situación que estamos atravesando. En la viñeta, se ve a San José en el portal de Belén consultando el móvil y dando las últimas noticias a una María con mascarilla. El carpintero anuncia que, dada la situación, los Reyes Magos avisan de que este año no van a venir. Y detalla el parte médico de sus majestades: “Melchor tiene covid, Gaspar es contacto directo y Baltasar no tiene el certificado.”

Así estamos todos nosotros. No hay una sola felicitación navideña que no incluya un parte médico similar al de los magos de Oriente. A este paso, vamos a caer todos, repetimos una y otra vez. Y los expertos parecen confirmarlo cuando anuncian que nos acercamos al momento decisivo del paso de la pandemia a la endemia. Es decir, el momento en que la covid se convierta en una dolencia endémica –“enfermedad que afecta a un país o una región determinados, habitualmente o en fechas fijas”–, con la que habremos de convivir todos los años. Lo mismo que ocurrió con el final de la gripe como pandemia, hace cien años. En cuanto los síntomas se mostraban cada vez más leves, se empezó a convivir con la enfermedad año tras año. Y aquí estamos, un siglo después, lidiando con la gripe todos los inviernos. Olvidándonos de que, solo en España, sigue matando, directa o indirectamente, a unas 15.000 personas.

Vamos, que a todo se hace uno. Y lo mismo debe de pasar con la covid. Tal vez ese fatalismo de lo inevitable sea lo que haya llevado a nuestros dirigentes a la inhibición. Ayuso recurre al modelo del “autocuidado” y Sánchez cada día parece más partidario del ya llamado “ayusismo” sanitario.

Otra vez –no aprendemos– parecen estar dando carpetazo al problema a la espera de que se resuelva por sí solo. Las colas siguen en los centros de salud –en Asturias y en Madrid–. Se calcula que hay más de 13.000 contagiados entre el personal sanitario, circunstancias que lleva inevitablemente al colapso de camas y UCI. Las bajas por covid dejan a las empresas sin efectivos y a los médicos de familia enterrados en papeleo. Lástima que la gestión de esta fase ensombrezca el éxito de las vacunas.

La impresión es que el pastor se creyó demasiado pronto lo de la “inmunidad de rebaño” y dejó a su grey a su libre albedrío. Así, ahora vamos como ovejas sin cencerro buscando tests por las farmacias, haciéndonos la prueba a nosotros mismos como Dios –y el ilegible prospecto– no dan a entender, pasando de llamar a los centros de salud para dejar paso a los más graves, decidiendo si debemos ir a trabajar o no, si llevar a los niños al colegio, o si nos podemos vacunar habiendo pasado la ómicron. Igual nos pasa como a los nostálgicos en la Transición, que proclamaban aquello de “queríamos libertad, pero no tanta”.

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