La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José Antonio Díaz Lago

Madrid me mata (la magia y el dumping fiscal)

Las consecuencias de las bajadas de impuestos de la autonomía madrileña

Era tanta la efervescencia y ganas de experimentar, disfrutar y descubrir en el Madrid de la época de la llamada Movida que alguien, inspirándose en una revista de corto recorrido, se inventó el eslogan “Madrid me mata”, dando a entender que el cuerpo no podía con tantas cosas como había para ver y hacer. Ahora, por lo visto, Madrid nos sigue matando, pero no de diversión, sino por aplicar una política fiscal que, a lo que se ve, es la que imposibilita que el resto de las comunidades autónomas crezca lo que tiene que crecer. No hay tertulia, debate o formato de comunicación del tipo que sea en el que alguien no acabe diciendo que la culpa de sus males la tienen Madrid y sus gobernantes. El hecho de que la evolución económica de la Comunidad de Madrid sea la más positiva del país (no sin problemas, lógicamente, como en cualquier sociedad compleja) es algo que por más que sea incontrovertible trae a algunos a mal traer. Así que se ha puesto de moda la tesis del dumping fiscal.

Madrid me mata (la magia y el dumping fiscal)

Esto del dumping fiscal significa que, si la Comunidad de Madrid aplica menores impuestos que otras comunidades autónomas, está haciendo trampa. Sin embargo, el ejercicio de las competencias propias es, precisamente, uno de los objetivos del Estado de las Autonomías: diferenciar a los territorios por sus políticas, incluidas las fiscales, y explicárselo a los ciudadanos. Secundar con entusiasmo la tesis del dumping fiscal de Madrid es muy útil para evitar asumir las propias responsabilidades y endilgárselas a otro. Además, este modo de pensar entronca directamente con el pensamiento igualitarista que ha encandilado a tanto crédulo desde los egipcios y que ha sido caldo de cultivo de cualquier movimiento totalitario: la prosperidad, dicen, no se genera incrementando el pastel a repartir (porque comerciar e innovar es sospechoso y si a alguien le va mejor es que roba), sino repartiendo el que hay, porque así quien manda decide y otorga.

Creo que fue el señor Urkullu, presidente del Gobierno Vasco, el primero que hablo del dumping fiscal de la Comunidad de Madrid; lo dijo del habitual modo circunspecto que los nacionalistas vascos emplean (ya saben, ellos son “gente seria” que, cuando toca, recogen las nueces que hagan falta, siempre sacan tajada a derecha e izquierda y, luego nos imparten lecciones de ética y saber estar). Que la ofensiva contra la Comunidad de Madrid la haya iniciado el presidente de una comunidad en la que las figuras impositivas nada tienen que envidiar en cuanto a minoración de tipos a las existentes en Madrid y en la que el Impuesto de Sociedades es el más bajo de España entra directamente en el terreno de la impostura. Claro que los nacionalistas tienen explicación para todo: su peculiar (y único en el mundo) sistema de financiación consiste en que ellos recaudan sus impuestos, se quedan lo que les toca (que ellos deciden) y luego acuerdan con el Gobierno de la Nación el abono a la hacienda estatal de una cantidad (el cupo) por los servicios generales que el Estado les presta; cómo se determina esta cantidad, es un arcano de tal magnitud que su cálculo se ha calificado de mágico, porque no hay manera de averiguar de dónde sale.

En Asturias, por supuesto, no nos libramos de este tipo de pensamiento de tabula rasa respecto a la insolidaridad territorial y ni siquiera el hecho de ser el reverso de la moneda de la Comunidad de Madrid en cuanto a dinamismo y desarrollo económico en los últimos cuarenta años, situándonos en la última posición del conjunto de comunidades autónomas, sirve para que se reflexione al respecto: no, se insiste desde algunos ámbitos en que la culpa la tiene Madrid. Sin negar el efecto capitalidad de Madrid y ventajas diversas que la misma otorga, mucho más allá de las fiscales y similares a las de otras grandes urbes europeas, el hecho cierto es que Asturias debería revisar su presión fiscal, pero no para evitar que Madrid nos siga “robando” ni para “favorecer a los ricos”, sino para competir en dinamismo y competitividad (condiciones inherentes y esenciales para el desarrollo económico) con las regiones colindantes a Asturias, todas ellas con normativa fiscal mucho menos gravosa para el contribuyente.

Mientras estudiamos el dictamen de la enésima Comisión de Expertos sobre armonización fiscal, cuyas recomendaciones serán manipuladas convenientemente a interés de parte, podemos recordar lo que decía Schopenhauer: antes de que una verdad controvertida se imponga pasa por tres fases: en primer lugar, se intenta ridiculizar, en segundo lugar, se combate enérgicamente y, por fin, se acepta por la inmensa mayoría. Un ejemplo no poco ostensible de lo que el filósofo alemán decía es lo que ocurre con la Comunidad de Madrid; pasada la fase de la ridiculización (aunque hay quien no sale de ahí) se está por parte de espíritus recalcitrantes en la contumacia de combatirla enérgicamente. Los que han pasado a la tercera fase son los votantes: cuando una fuerza política gana en todos los distritos de Madrid sin excepción alguna, incluyendo el cinturón obrero, hasta Parla, Usera y Villaverde, es para preguntarse si no será que algo están haciendo bien en la Comunidad de Madrid y si no sería bueno tomar ejemplo para aplicar aquí lo que se pueda, en lugar de seguir con la matraca del dumping fiscal.

Compartir el artículo

stats