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Virginia Gil Torrijos

Lo que dice un adoquín

Homenaje asturiano a los deportados a los campos de exterminio nazi

El pasado jueves día 31 de marzo fueron colocados en el pavimiento de las calles de Gijón seis adoquines bastante distintos al resto. Son estos unos adoquines de latón, que llevan serigrafiados nombres y fechas y también lugares aparentemente lejanos. Estos adoquines son los primeros de los 34 que se colocarán pronto por toda la ciudad, los primeros en Asturias. Pero éstos, a diferencia de otro tipo de baldosas, están diseñados para tropezar, para ser un inconveniente para el transeúnte, para que le resulte extraño, para que se pare y mire, y se pregunte que es lo que tiene debajo del zapato.

Y entonces, es cuando el suelo comienza a hablar, y es cuando el adoquín dice; y dice nombres como Olvido Fanjul, o Manuel Cortés, o dice Evaristo Rebollar y así irá diciendo más nombres: nombres de hombres y nombres de mujeres, y debajo de esos nombres: fechas, y debajo de las fechas: hechos y lugares como Ravesbrück, Mauthausen o Neuengamme-Gusen. Piedras como esas comenzaron a hablar hace casi ya tres décadas en Colonia. Fueron fruto de la idea del artista alemán Gunter Demming y hoy, ya hay más de 75.000 en 26 países distintos. A esos adoquines se les denomina Stolpersteine. Y el propósito de su existencia es el de ser pequeños monumentos exhortatorios que conmemoren el destino de seres humanos que fueron deportados a campos de exterminio nazi. Los grupos perseguidos en aquellos años crueles incluyeron colectivos como los judíos, los gitanos, los opositores políticos, los enfermos incurables, los homosexuales, los testigos de Jehová, los miembros de movimientos de La Resistencia, y dentro de estos últimos, se incluyen, claro está, el de los resistentes republicanos españoles, que, tras el periplo de la Guerra Civil y la búsqueda de refugio en países como Francia, terminaron luchando directa o indirectamente contra los horrores del régimen nazi.

Algunos de aquellos deportados sobrevivieron y otros no. Pero han tenido que transcurrir casi 80 años para que se les empiece a recordar. En el caso de estos adoquines de Gijón, tuvo de generarse un grupo espontáneo de trabajo, autodenominado Grupo de Deportados Asturianos que se arremangó tras la celebración de una charla- coloquio en el salón de actos del Archivo Histórico de Asturias, hace ya dos años. Esas personas decidieron, con toda su voluntad y determinación, que no se podía esperar más, que tendrían que ser ellos y no esperar por las administraciones o instituciones públicas, las que reconstruyeran las vidas sesgadas de los deportados. Y así comenzaron a pedir apuntes a registros, a archivos, a hemerotecas, a buscar entre antiguos listados telefónicos y hasta en los históricos de las esquelas. Y así, han estado reconstruyendo con tremendo tesón y determinación las biografías de los casi dos centenares de asturianos que parece sufrieron esa terrible suerte. Y ahora, ese grupo, ponen el fruto de esa labor a disposición de los municipios asturianos o de cualquier ente interesado en saber y conocer lo que les ocurrió, lo que de verdad les ocurrió, a aquellos sus vecinos y paisanos. Destinos muchas veces desconocidos incluso para las propias familias de los deportados. Porque los rastros de muchos de ellos se perdieron entre los humos de la guerra y nunca más se supo hasta ahora, hasta justamente ahora mismo que están siendo recuperados. Afortunadamente, la actual corporación del Ayuntamiento de Gijón ha tomado con ilusión ese proyecto y ha dispuesto recordar por la villa de Jovellanos los, hasta ahora, olvidados, y comenzar a nombrarlos, a nombrarlos, en una placa de latón de 10x10.

Los alemanes tenían una gran virtud y era su meticulosidad, y su sentido analítico, y eso ha supuesto que en los archivos que se conservan de algunos campos, hayan quedado registrados el origen primigenio de los prisioneros, el nombre de sus pueblos y ciudades. También los de Asturias. Pero seguro que hay más, tengan en cuenta que muchos prisioneros, sobre todo el de los maquis, entraron con nombres ficticios a campos de concentración y cárceles galas, usando los apodos que utilizaban para combatir como partisanos y para burlar el cruce de informaciones que sobre sus antecedentes entablaron los alemanes y los colaboracionistas franceses con el régimen de Franco.

En cualquier caso, este ha sido un gran paso y ahora empezaran a verse más latones por las calles. El fin último de este proyecto es hacernos conscientes y que reflexionemos sobre la fragilidad de nuestra Europa, y los muchos sacrificios sobre los que se ha construido. Hoy, más que nunca, esa fragilidad la sentimos muy cercana. Ucrania nos grita y nos muestra como todo se puede trastocar de repente. Y eso creo tiene que ver con el objetivo último de los adoquines, que es el de recordarnos como cualquiera de nosotros pudiéramos ser uno de ellos, un ser humano objeto de purga. En mi caso lo tengo claro, seguro que lo sería. Tengo muchos puntos para ello, o no, pero eso da casi igual. Nadie está libre de ser objeto de odio. Hay gente que nace odiando o se le enseña a odiar demasiado pronto. Y más ahora, más que nunca, porque los pensamientos ideológicos parecen estar mucho más polarizados. Yo, personalmente, considero un error la polarización, pero sí veo necesaria la matización. Como también creo en el perdón, indispensable siempre para la reconstrucción, pero no creo ni en el olvido ni en la desmemoria. Y por ello, veo necesario el estudio de la Historia para la formación del espíritu crítico. Y con toda sinceridad les diré que también veo la necesidad de saldar las deudas históricas, porque, si me apuran, creo sobre todo en la dignidad de los seres humanos y creo hasta en el honor, y creo hasta en la heroicidad de algunos de ellos.

Viene a mi mente aquel texto del pastor luterano alemán Martin Niemöller, aquel que decía: “Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, ya que no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, ya que no era sindicalista. Cuando vinieron a llevarse a los judíos, callé, ya que no era judío. Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más quien pudiera protestar”.

Cuando caminando por cualquier barrio de Europa tropiecen ustedes con alguno de esos adoquines. Protesten, protesten bien, protesten ustedes. Para eso están: para gritar, hablar, decir y protestar.

Lo que los adoquines dicen, lo que dicen…: de eso se trata, a mí entender.

(Gracias desde aquí al Grupo de Deportados Asturianos. Gracias y mi más sincera enhorabuena).

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