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Millas

El trasluz

Juan José Millás

Geografía humana

Hoy me levanté con dolor de garganta. Ya sé que la garganta no es muy grande, pero tiene sus provincias. A mí me dolía en el lado izquierdo, justo detrás de la amígdala de ese costado, en una región tan pequeña como el pueblo más pequeño de un país de pocos habitantes, pongamos Finlandia. Me dolía una región del tamaño de la punta de un alfiler. Sentía una especie de pinchazo, pues. Un pinchazo al tragar, al respirar, un pinchazo continuo, como cuando se atasca el botón de un timbre y suena y suena y suena sin parar. Mi garganta sonaba sin parar, de modo que toda mi atención se centró en ese punto.

Era como si no tuviera pies, ni manos, ni abdomen, ni bajo vientre, ni boca, ni nariz. Solo podía pensar en mi garganta. Reparé entonces en el lugar que esa zona dolorida ocupaba en el mundo y no ocupaba nada, no era nada, no ya en el mundo, como digo, ni siquiera en el ámbito de las demás gargantas. Si se juntaran todas, mi dolor ocuparía un espacio tan ridículo que nadie repararía en él. Imaginé el mundo lleno de puntos de dolor sueltos, diseminados, desperdigados, y me vinieron a la memoria los campos de refugiados, por ejemplo, de los que a veces hacen reportajes en la tele. Los campos de refugiados son puntos de dolor en la garganta del mundo. Le duelen al mundo cuando traga, cuando respira, le duelen todo el rato, como cuando un timbre se atasca y suena y suena y suena hasta enloquecer a los habitantes de la casa. Sin embargo, el mundo no enloquece cuando vemos chabolas construidas con cartones y niños descalzos sobre el barro y mujeres y hombres haciendo ante las cámaras el gesto de llevarse a la boca un trozo de pan. Todo ello a diez o quince grados bajo cero.

Total, que me tomé un ibuprofeno, no para aliviar el dolor de la garganta, que tenía el tamaño de un grano de arena, sino para quitarme la culpa de los campos de refugiados y la culpa de la existencia de los pobres y la de los enfermos y la de los que dormían en la calle a lo largo y ancho de este perro mundo. Lo más penoso es que desapareció el dolor idiota de mi garganta, pero creció la mala conciencia provocada por los malestares de la geografía humana.

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