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Pablo Luis Álvarez

Autoficción

Un término que campa por el mundo de las letras y que provoca perplejidad

No es lugar este para decir la gran tontada sobre la amistad, pero a veces me da la sensación de que los amigos de uno, los de buena pasta y que perduran, son aquellos con los que se comparte aquello que a uno le deja perplejo. Esto mismo me pasaba hace poquitos días, después de una boda en Gijón, al pasar por Madrid y visitar a mis queridos Irene Tourné y Federico Ocaña (de Federico ha salido hace poco su último poemario, “Ángelus Novus”, que publica la editorial leonesa Eolas y que aprovecho aquí para recomendar). Esta vez nos hemos quedado perplejos –en realidad ya lo estábamos, pero nos lo hemos hecho saber– ante un término que hoy campa por nuestras letras (también por las anglosajonas) y que goza de todo el cariño crítico con que se besa la frente de los recién nacidos: la autoficción.

¿Qué es la autoficción? Desde luego, aquí no lo vamos a averiguar pero igual puedo explicar un poco mi desconcierto. El término hoy se enarbola en todas las actividades culturales que se ven a sí mismas como “críticas”, esto es, que tienen los brazos en jarras y que aspiran a posicionar su trabajo como un desafío al statu quo –yo, desvergonzadamente, me sitúo aquí también–. A la hora de caracterizarla, la autoficción parece situarse como un método que ha llegado a las humanidades y al arte que busca en uno mismo el origen de una experiencia crítica –una experiencia del tipo “así no”, que todos en algún momento tenemos–. La primera vez que escuché el término fue en un seminario que se celebraba en la Senate House (el edificio mastodóntico en que Orwell se inspiró para crear el Ministerio de la Verdad de 1984), un poco antes de la pandemia. Esto no es significativo porque yo vivo en la inopia más absoluta y probablemente el concepto ya estaba en vigorosa circulación antes de que aquel día oyese a un compañero hablar de “autofiction”. “¿Autoficción?” –me dije adormilado– “¡Madre! ¿Pero qué es eso?”. Y levantando una mano pregunté: “¿Pero no es toda ficción autoficción?”. Nadie me entendió.

La pregunta a mí todavía me ronda: ¿es que hay una ficción que no sea auto? ¿La hay que es, por usar el sufijo opuesto, aloficción? ¿Qué quieren decir artistas y poetas cuando utilizan este término? Una objeción evidente la planteaba mi amiga: ¿en qué se distingue de una autobiografía? Está claro que Aznar, cuando publica sus “Memorias”, no tiene entre manos el mismo proyecto que, por ejemplo, Antonio Gamoneda cuando escribe “Un Armario Lleno de Sombra”. Y aunque nunca diríamos que la autobiografía de Aznar es autoficción (era lo que nos faltaba) tampoco puedo, mal que me pueda pesar, negarle su carácter inherentemente ficticio en cuanto que escritura. En contarse uno, en hacerse uno relato como se diría, uno no está contando “toda la verdad” o “lo real” o “lo que verdaderamente pasó”. Esto es imposible y precisamente porque es imposible hay literatura. El autorrelato (“espera, ven, que te me cuento”) me lleva inevitablemente fuera de mí y en esta deriva, pienso, está todo escribir.

¿A qué puede obedecer esta distinción entonces? El énfasis en la palabra ficción me lleva a pensar que hay una novelización explícita de la vida de uno (lo auto del término). Es lo explícito de esta ficcionalización lo que la haría distinta y es al tiempo donde veo que está su peligro: ¿es la autoficción a la literatura lo que Instagram a las imágenes? ¿Es este un género que nos sirve para convertir en interesante lo anodino de nuestras vidas, igual que la disponibilidad de la imagen digital nos lleva a todos a una especie de estrellato visual? Federico ve en esto algo así como horas bajas para la literatura, un narcisismo o ensimismamiento de quienes escriben. Justo mientras escribo esto me llega, a través de una amistad común, el anuncio de que la última obra del actor y dramaturgo Pablo Alamá se estrenará pronto. Él, que es un hombre trans, la presenta como autoficción. Para alguien cuya vida ha sido una experiencia crítica (“así, como me dicen, no es como soy”), que nos presente su trabajo como autoficción me plantea una pregunta inquietante: ¿es que sólo nos vale su relato si se nos ofrece como ficción? ¿sería su autobiografía insoportablemente real? ¿Es la autoficción el género literario que le ha quedado libre al sujeto subalterno? ¿Qué nos dice a cada uno la existencia de este término?

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