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Antonio Trevín

Érase una vez...

Una historia de audios, políticos, empresarios y héroes policiales

Érase una vez un ministro de Interior obcecado con la unidad de España, una secretaria general empeñada en hacerse con una libretita, y un empresario que siempre lo grababa todo y, a ratos perdidos, ejercía de policía.

Los tres eran amiguitos y trabajaban unidos por la unidad de la patria y el Partido Popular pero, si las cosas se ponían chungas, ni con torturas chinas estaban dispuestos a reconocer que andaban en tejemaneje alguno.

Se lo advirtió el ministro al empresario-policía, un día que ambos despachaban con su director general: "El ministro no sabe nada, no sabe nada ¿eh, está claro, verdad? Y digo esto porque sé que estoy hablando con servidores del Estado. ¿Está claro, verdad? Por tanto yo negaré incluso bajo tortura que esta reunión ha existido".

El ministro hizo honor a su palabra. Hubo en el Congreso una comisión que investigó el asunto y en ella declaró que apenas cruzó con el empresario-policía dos palabras "gracias a Dios" y añadió que "durante los casi cinco años en los que he ejercido la responsabilidad de ministro del Interior jamás he despachado nada con él". También lo negó ante el juez. Todo un "señor". De palabra. Resistente a tortura de rufianes, legisladores y jueces varios.

Pero volvamos a la reservada reunión ministerial con el director y el empresario grabador. Hablaban los tres de una operación puesta en marcha, con una camarilla policial, para acabar con las conspiraciones independentistas en Cataluña. Hubo un pistoletazo de salida –nunca mejor dicho– para iniciar actuaciones, en el que el ministro agradeció a los presentes su asistencia y participación en futuros enredos, al tiempo que les agradecía su colaboración y les instaba a estar orgullosos por pertenecer a una "policía patriótica".

La secretaria general obsesionada con la libretita y los sobresueldos que contenía, también acudió a despachar con el empresario-policia: "Te digo una cosa: este tío, el de la libretita, cuando lo echamos del partido, fue con esa cosita a todos los periódicos de España, y nadie se lo compró. Y que lo hayan sacado ahora a mí me ha parecido una mezquindad de mil demonios, entre otras cosas porque han dejado sin efecto lo de los catalanes (...)".

Muy digna ella minusvaloró, en los tribunales, su relación con el empresario de visera policial: "Todo lo que contaba que yo recuerdo eran cosas que habían aparecido en los medios de comunicación".

Este cuento llegó hasta nosotros gracias a la afición a las grabadoras del empresario. Y a la integridad y profesionalidad de un grupo de auténticos servidores del Estado que denunciaron dichas prácticas. Entre ellos el coronel de la Guardia Civil Pérez de los Cobos, los comisarios principales Miguel Ángel Santano y Telesforo Rubio y el inspector asturiano Rubén López. Los cuatro, hoy, olvidados, maltratados y hasta denostados por algunos de sus mandos.

Si un día me encuentro a Pérez-Reverte le facilitaré sus teléfonos. Sería el mejor narrador para esta historia. Que cuente estos sucedidos subrayando quiénes fueron los villanos y quiénes se les enfrentaron. Porque como bien dejó escrito: "Es muy fácil ser héroe rodeado de gente que te aclama. Lo difícil es serlo en soledad, cuando el único testigo es el coraje, el honor y el valor".

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