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Primera y última charla con el viejo jesuita

Al igual que cualquiera mínimamente interesado en la historia de España, había leído a Fernando García de Cortázar, pero no lo llegaría a conocer en persona hasta casi el último minuto de partido, hace mes y pico, en un vino en el patio del Archivo Nacional de Madrid tras la presentación de un libro. Me sorprendió tenerlo de pronto delante, con su obra inmensa y el humildísimo aspecto de sabio descuidado, perchados los dos, junto a un amigo común, en la escalera de salida, mientras el público se repartía por el jardín. Fue una charla ni muy breve ni banal, en la que, una vez confesada a modo de salvoconducto la filiación jesuítica ("de cuando en los colegios de jesuitas había jesuitas"), salieron a relucir las consabidas historias sobre la educación de entonces. Me pareció hombre inmune, pese a tanta vida pública, a los señuelos del mundo y que tenía poca fe en las descreencias ajenas.

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