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Javier Junceda

Eugenio D’Ors en Asturias

La conferencia del intelectual catalán en Oviedo en 1948

Andreu Navarra, autor de una de las mejores obras que se han publicado sobre Eugenio D’Ors –«La escritura y el poder», Tusquets, 2018–, da cuenta en su formidable libro de una destacada charla orsiana programada para ser leída en Oviedo en 1948, en plena época de frenética actividad intelectual del gran Xénius. Gracias a la impagable labor de Susana Penelo, bibliotecaria del fondo documental sobre D’Ors que se conserva en el Archivo Nacional de Cataluña, en San Cugat, he podido obtener copia de esa extraordinaria conferencia, hasta ahora inédita, en la que el universal barcelonés divaga sobre la vida y la naturaleza, en su línea argumentativa de denuncia del decadentismo finisecular. El documento, un guión bastante detallado de su intervención ovetense, está escrito a máquina incluyendo alguna tachadura, bajo el título «Conferencia Oviedo 22-4-48». Días después redactaría la contestación al discurso de ingreso a Sánchez Mazas en la Real Academia Española, que no sería leído porque al titular del sillón K nunca le dio la gana de tomar posesión de su plaza.

Josep Pla, compañero de fatigas de D’Ors en el periódico «La Veu de Catalunya», dijo de este que hablaba en cursiva. Y en su ponencia ovetense lo pone de manifiesto. Su lección asturiana, dictada en la madurez de los 67 años, no es desde luego apta para todos los públicos. Especula a fondo sobre los conceptos de naturaleza, vida y espiritualidad, juzgando que «hay un tercer estilo, más alto que el de la naturaleza y el de la vida, que es el del Espíritu, donde se realiza la síntesis entre la naturaleza y la vida, entre el reposo y la actividad, entre la ley y la creación». Para don Eugenio, a diferencia de lo natural y lo vital, lo metafísico pertenece a un orden superior, «el de la concepción cíclica del universo», nada menos.

En su tesis expuesta en Oviedo, une D’Ors esa noción mística con la predestinación de las cosas. Con el «año perfecto» platónico en el que todo vuelve a empezar y repetirse de forma invariable, como se ha producido alguna vez en el pasado. «La historia tendría, como el paisaje, sus estaciones, la rueda de las mismas seguiría, debería seguir, un curso regular simétrico», sostiene en su presentación carbayona. De ahí que Xénius se dirija a los asturianos para aclararles que «yo, que estoy aquí, y vosotros, que estáis ahí, ya nos hemos encontrado en la misma situación, bajo la misma forma, en algún punto del olvidado pretérito y nos encontraremos igualmente en otras ocasiones, quizá en muchas ocasiones, del oscuro porvenir…». No pretende D’Ors defender una especie de reencarnación, sino que muchas de las cuestiones que hoy pasan por novedades, incluidas aquellas que causan desasosiego, suelen ser mera reproducción de lo que ha sucedido en otros tiempos.

«En viajes de ida y regreso, en originalidades que son restauraciones, se cifra lo espiritual por excelencia», concluye D’Ors en Oviedo, recordando a otros pensadores de fuste que han insistido en esa idea, desde Vico a Nietzsche, pasando por Spengler, del que fue tan partidario.

Que Eugenio D’Ors hubiera elegido el tema de la naturaleza, la vida y la espiritualidad para su disertación astur, tal vez respondiera a las características del Principado de finales de la década de los cuarenta del pasado siglo. Nuestra proverbial riqueza ambiental, junto con la acentuada industrialización de entonces y las sobresalientes referencias inmateriales que atesoramos a buen seguro que condicionaron su temática, que abordó con la profundidad que en él era habitual.

Aunque es sabido el cariño que sentía D’Ors hacia Galicia, hasta el libro de Navarra no eran demasiado conocidas sus andanzas asturianas, que en esta conferencia de Oviedo se plasman en un hondo argumentario de corte filosófico que mantiene intactas sus consideraciones en términos actuales. Todo se tiende a repetir y existe algo más que lo material, podría resumirse en un tuit sobre lo que nos vino a contar don Eugenio en 1948. Y setenta y cuatro años después sus palabras suenan igual de bien.

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