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Susana Solís

Los huérfanos energéticos

España y la UE deben acabar con la paralización y abordar la crisis de manera urgente

Ya estábamos avisados. Llevamos años sin apostar por una política energética fuerte y coherente debido a motivos que hoy en día aún se me escapan. Impulsar las renovables es el único camino, ahí nunca hubo debate; pero adelantarse a los plazos marcados por Bruselas, desmantelar las centrales térmicas sin proponer alternativas o empecinarse en no alargar la vida útil de las nucleares en medio de una crisis de suministro sin precedentes evidencia que la improvisación y las decisiones de ayer nos dejan maniatados.

Este desinterés energético afecta de manera crítica a la industria, también abandonada desde hace años y sin una hoja de ruta clara. Puede que los sucesivos gobiernos entendieran que no hacía falta luchar: crear un ecosistema innovador y puntero requiere coordinar Estado, empresas, universidades... Mejor acomodarnos como país de servicios y que sean otros los que produzcan el acero, los coches o los chips que consumimos.

En Asturias el primer aviso lo tenemos con la parada del horno alto de ArcelorMittal en Gijón. La multinacional lo explica con motivos que también esgrimen otros sectores: menos demanda, más importaciones extracomunitarias, alza de los costes por derechos de emisión de CO2 y el vertiginoso aumento del precio de la energía.

Las expectativas son oscuras para toda la industria a pesar de que algunas de las medidas anunciadas el pasado martes responden, al fin, a legítimas reclamaciones del sector, como la inclusión de los grandes consumidores energéticos en el paraguas de la excepción ibérica. Pero celebrarlo no sirve de nada si no hay un compromiso a largo plazo. Son necesarias políticas públicas que vayan más allá de la coyuntura y afiancen inversiones e innovación.

Es paradójico que, a nivel europeo, el problema sea exactamente el opuesto. La visión a largo plazo parece nublar las urgencias presentes; pasan las semanas y da la impresión de que la Comisión sigue sin entender la magnitud del problema. Viendo la falta de ímpetu en la toma de decisiones, es como si estuviéramos saliendo del verano de 2021, y no de 2022, ajenos a la enorme crisis energética que marcará este otoño e invierno. Este viernes se celebrará una cumbre con los ministros de Energía de los Veintisiete en la que únicamente se prevé que la Comisión presente una serie de documentos con pros y contras de las políticas que se podrían aplicar. No está sobre la mesa ninguna propuesta sólida y urgente, sino un análisis de los posibles escenarios.

Recordemos que la última reunión del Consejo abrió la puerta a que la Unión declare un estado de alerta “en caso de riesgo considerable de escasez grave de gas o de una demanda de gas excepcionalmente elevada”, o en caso de que cinco estados miembros declaren la emergencia a nivel nacional. Parece que ese momento está cada vez más cerca.

El horizonte es inquietante y las herramientas de las que disponemos son muy limitadas. El invierno se presenta difícil y la postura europea ante el chantaje energético de Rusia nos afectará en varios frentes. Sin duda los más preocupantes, por su vulnerabilidad, son los de las familias y pymes.

Para intentar romper el inmovilismo, esta semana he presentado una propuesta que aglutina las que considero que deberían ser las tres líneas maestras del plan de acción europeo: un cheque climático para que las familias más vulnerables puedan afrontar los elevados precios de la energía; la revisión profunda del mercado energético europeo, que mantenga los incentivos económicos a las renovables sin que eso se traduzca en un aumento del consumo de gas y, finalmente, la apuesta decidida por una mayor red de infraestructuras de interconexión enfocada al transporte de hidrógeno y, temporalmente, de gas. Tenemos que combinar una acción a corto plazo para apoyar a los que más sufren y a su vez atajar los problemas que ya existían y se ignoran desde hace décadas: la falta de una verdadera unión energética basada en la solidaridad y los principios del mercado único.

Ofrecer un colchón a familias y pymes y arropar a la industria con certidumbre e infraestructuras que puedan aprovechar son dos caras de la misma moneda. La pandemia nos dejó una lección que sigue hoy tan vigente como en 2020: o coordinamos una respuesta conjunta, sin dejar huérfana a ninguna parte de nuestras sociedades, o el efecto dominó hará que todo salte por los aires.

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