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Antonio Trevín

Día de Asturias: historia e intrahistoria

La necesidad de un acto institucional y una pequeña anécdota

El 8 de septiembre es el día de Asturias. En Covadonga celebración religiosa. En Corvera, este año, acto festivo. El día anterior pleno en la Junta General del Principado y entrega de las medallas de Asturias en el auditorio de Oviedo. Falta, a mi juicio, un acto civil institucional, el día grande, en Cangas de Onís.

El aula del Reino de Asturias, en la antigua iglesia de la primera capital del Reino de España, sería el lugar idóneo para llevarlo a cabo. Un acto desde Asturias para el resto de España. Ortega en su "Discurso de Oviedo" nos lo reclamó hace noventa años: "Asturias es inteligente, pero no es transitiva. (…). No eleva ni impone su clara visión sobre la gran totalidad de la Península. Vive reclusa en sí misma, entre los puertos marinos y los puertos serranos, absorta en su localismo, sin trascender de su pequeño dintorno, sin derramarse, combatiente y entusiasta, sobre la gran anchura de la nación". Hoy, tanto o más que entonces, los asturianos necesitamos hacer oír nuestra voz en el actual proyecto español, pues nos sigue faltando trascendencia colectiva. "Por eso no sois, como debierais, un factor de primer orden en la dinámica pública de España", nos advertía el filósofo.

El acto institucional que sugiero lo demandó ya Alfredo García, alcalde de Cangas de Onís de 1991 a 1995 y de 1999 a 2011. Y en 1994, en el ayuntamiento cangués –no existía todavía el Aula mencionada–, se celebró el primero. Y último hasta ahora. Intervinimos él y yo. El alcalde y el Presidente del Principado. No logramos que se convirtiera en costumbre, pero no cejamos en el empeño.

El vigor religioso de Covadonga confiere al acto religioso, del 8 de septiembre, una fuerza trascendente, pero no debe impedir la reivindicación histórica del Reino de Asturias y nuestra voluntad de liderazgo en la política española. Todo ello sin olvidar nuestra intrahistoria.

La del Día de Asturias de 1993, en el entorno de la Santa Cueva, la viví en muy primera persona. Llegué a la explanada de la basílica con tiempo suficiente para compartir los momentos previos a la misa, en dependencias de la abadía del Real Sitio, con otras autoridades. De repente empezamos a escuchar gritos reivindicativos. Numerosas familias de trabajadores de Duro Felguera estaban concentrándose entre el lugar donde estábamos y la entrada de la basílica. Cuando llegó la hora del oficio religioso teníamos a decenas de personas sentadas, impidiéndonos el paso.

Don Gabino, el arzobispo, intentó durante algunos minutos que nos posibilitaran un pasillo. No fue capaz de conseguirlo. Al cabo de un cuarto de hora se dirigió a mi diciéndome: "Yo voy a intentar pasar. La misa hay que celebrarla". "Y yo detrás de usted", le respondí. Y allá fuimos.

La bondad y paciencia de Díaz Merchán consiguió lo que parecía imposible. Pasar sin pisar a ninguno de los manifestantes. La misa se celebró entre algunos gritos en el exterior, pero una vez finalizada había que llevar a la Santina, en procesión, hasta su camarín. La distancia se nos hizo muy larga, no por el trecho a recorrer sino por "la ruidosa escolta que nos acompañó" hasta la entrada de la Santa Cueva.

Finalizados los actos religiosos nos reunimos, gran parte de los presentes, para comentar todo lo acaecido. Enseguida uno de los sacerdotes concelebrantes se acercó al arzobispo para indicarle que una comisión de la manifestación querían hablar con él. Partió don Gabino a su encuentro. Volvió veinte minutos después dirigiéndose directamente a mí:

–¿Sabe que querían pedirme?

–Ni idea –respondí.

–Que rogara a la Santina que no se lo tuviera en cuenta. Que lo hacían por mantener sus trabajos. Para ellos y sus familias.

Ya lo dijo Santa Teresa: "Dios escribe derecho con renglones torcidos".

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