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Maribel Lugilde

Homilía

Día de Asturias, aconfesionalidad del Estado y cortesía institucional

El arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, ha vuelto a utilizar la homilía en Covadonga, en el marco de la celebración del Día de Asturias, para reconvenir a los gobiernos estatal y autonómico por las leyes vigentes con las que la Iglesia católica no comulga, particularmente las que regulan la interrupción voluntaria del embarazo y la eutanasia. La situación ha sido un calco de la del año pasado. La lectura que Sanz hizo de la controversia de entonces no le ha inspirado otra forma de actuar. Por ejemplo, resaltar espacios de encuentro y obviar los de discrepancia.

Cada cura en su parroquia y los prelados en sus declaraciones públicas, ya expresan la legítima posición de la Iglesia sobre aspectos muy diversos de nuestro presente colectivo, de cara, en un caso, a sus creyentes practicantes y, en el otro, a la sociedad y sus instituciones. Nada de lo que Sanz dijo en Covadonga era nuevo, urgente o requería precisión. Es sabido.

Reiterarlo en el contexto de los actos del Día de Asturias es inapropiado porque los cargos públicos que acuden a la misa lo hacen, no en calidad de creyentes, sino por cortesía institucional y en aras al mantenimiento de una tradición que ofrece a la Iglesia un papel relevante dentro de una celebración de enorme carga simbólica y cuyo objetivo es exaltar la identidad compartida por encima de las diferencias.

Precisamente el hecho de seguir manteniendo esas cortesías institucionales en un país cuya Constitución dicta la “aconfesionalidad y neutralidad de los poderes públicos”, ha sido paulatinamente cuestionado desde partidos políticos y sociedad civil. Le ocurrió al presidente del Principado, Adrián Barbón, en la celebración del Día de Asturias del año pasado y vuelve a sucederle éste. Ignoro si mantenía la esperanza de un cambio de actitud por parte del arzobispo de Oviedo, pero lo acontecido este año despeja toda duda.

Lo cierto es que, de nuevo, dadas las características propias del acto –una homilía– no cupo margen de maniobra para réplica por parte de Barbón, al que le tocó escuchar la andanada como si de un feligrés contrito se tratara. Y, un año más, hubo de expresar su disconformidad fuera de la basílica e instar a Sanz a que comprendiera el contexto del evento, en particular, y el funcionamiento de una democracia parlamentaria, en general.

Sorprende el empecinamiento del arzobispo de Oviedo en tensar extemporáneamente los escenarios compartidos con las instituciones asturianas. No se trata de renunciar a responsabilidades ni convicciones sino de tener la inteligencia y el don de la oportunidad para saber dónde y cuándo toca exponer según que mensajes.

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