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Manuel Herrero Montoto

Amas del mundo

La presencia de una plaga de cotorras en algunas ciudades del Sur que molestan a los turistas

Es una historia larga, muy larga, parece que llega a su final, el que será definitivo final de la Historia. Os cuento. Todo empieza en América del Sur. Unos pajarracos muy vistosos invaden el cono sur de América, de plumaje verde, tamaño medio, pico encorvado como nariz hebrea y garras consistentes. Se les llamó cotorras. Quedaban muy monas en el paraíso. Pero, amigo mío, su voracidad era incompatible con los cultivos y un buen número de plantaciones se convirtieron en terrenos baldíos. Se cortó por lo sano, holocausto cotorril y a otra cosa. Con sus cadáveres desplumados fabricaron piensos compuestos para alimento de cerdos y vacas. Pero, verás, un tipo listo, cuyo nombre no viene al caso, observó que el ave era adiestrable y podría convivir con las familias, enjaulada como pajaritos de compañía, eso sí, y dar ese toque exótico y simpático con que se engalana el hogar alto burgués.

Hasta ahí, todo bien, para las cotorras y el negociante. Pero, lo que pasa en estos casos, la cotorra canta, grazna, disuena y desespera, perfora tímpanos y horada cerebros. Las violentas protestas de las comunidades de vecinos obligaron a que los poseedores de cotorras abrieran sus ventanas y largasen a las exóticas del paraíso, ahora pajarracos, a tomar el viento fresco. Y en vez de tomar viento fresco, tomaron calles y plazas. El dios Cotorro, ordenó: "Volad y multiplicaos". Obedecieron. Muy prolífica la especie, salían cotorrinos como cuento de risa, colonizaron arboledas, tendidos eléctricos, parques y jardines. Y otra cualidad, diríase que virtud, es su espíritu comunitario, fabrican nidos para toda la población, nada de unifamiliares, bloques de nidos que dan cuartel a toda cotorra por el simple hecho de ser cotorra. Es más, les sobran espacios en los nidos y los alquilan a otras especies voladoras tomando como modelo el de airbnb. Hasta ahí, todo bien, feliz la comunidad cotorra y la ciudadanía presumiendo de su ciudad con pajaritos de colores. Pero, sabemos que lo bello entraña riesgos. Con las armas que esgrimen los bellos invasores, adaptabilidad, gregarismo comunista y explosión demográfica, ocuparon excesivo espacio urbano y se comieron el conducho de los humanos, no sólo en la ciudad, también en los campos se dejaron sentir sus efectores devastadores, a pesar de que los campesinos con inteligencia intentaron disuadirlos con espantapájaros con las caras de nuestros políticos.

El desafío está servido. O ellas, las cotorras, o los hombres, los cotorros. El instinto de supervivencia del bípedo se puso a funcionar. Pero, el desfase es evidente, el hombre avanza en su defensa tecnológica a ritmo de progresión aritmética, mientras que la cotorra con sus poderosas armas lo hace en progresión geométrica. Nada que hacer. Estamos perdidos. Ganan las cotorras.

Escribo estas líneas desde una terraza de un restaurante de la plaza de La Merced de Málaga. Cuatro o cinco cotorras no me han dejado ni las espinas de una fritura malagueña. Espero que el camarero me sirva ahora una de chanquetes, posiblemente tampoco me la comeré. Lo dicho, el planeta, definitivamente, está en manos de las cotorras.

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